1. Introducción
⌅La tensión entre el mecanicismo y la teleología como dos maneras de examinar la naturaleza para dar cuenta del modo en que operan sus productos es un problema que, sin duda, recorre la historia de la filosofía desde sus comienzos.
Curiosamente, el debate no ha perdido vigencia. Existe hoy un consenso respecto a la necesidad de evitar las connotaciones metafísicas, y en particular teológicas, que tradicionalmente han ido de la mano de la introducción de las causas finales en el estudio de la naturaleza. Pero, más allá del acuerdo sobre esta cuestión, la filosofía de la biología contemporánea presenta un entramado complejo de interpretaciones sobre el estatus que cabe asignarle a la teleología. En él se contraponen diversos enfoques que van desde el intento de evitar todo recurso a ella hasta su revalorización destacando la aportación que han hecho distintos filósofos a lo largo de la historia de la filosofía.
En este contexto, Breitenbach 2009 (pp. 44–45)Breitenbach, Angela, 2009, “Teleology in Biology: A Kantian Perspective”, en Dietmar Heidemann (comp.), Kant Yearbook 1/2009. Teleology, Walter de Gruyter, Berlín/Nueva York, pp. 31–56.
destaca que la perspectiva kantiana sobre esta cuestión no sólo es
compatible con las posiciones epistemológicas contemporáneas, sino que
significa un avance en el marco del debate aún vigente. A su entender,
es preciso distinguir dos niveles de análisis: el primero de ellos
concierne a una concepción general teleológica de la naturaleza y a la
identificación y experiencia de lo orgánico como tal; el segundo
investiga qué partes de la naturaleza orgánica pueden ser descritas
explícitamente en términos teleológicos. Según la autora, la filosofía
de la biología contemporánea está particularmente interesada en
cuestiones que atañen al segundo nivel. En cambio, Kant no parece
ocuparse meramente de los enunciados explícitamente teleológicos como
“La función de x es z”, sino de una concepción teleológica de la naturaleza más general, gracias a la cual considerar que algo es orgánico supone ya considerarlo teleológicamente. El carácter inevitable de este punto de
vista teleológico fundamental, del cual Kant da cuenta, permite explicar
el uso de expresiones teleológicas en el segundo nivel, por lo que
tiene lugar una relación de fundamentación del primer nivel respecto del
segundo.
Estoy de acuerdo en que la propuesta kantiana resulta todavía relevante a la hora de discutir el estatus de la teleología en las investigaciones biológicas. A mi entender, esto se debe en particular a que Kant nos acerca una propuesta teórica que, más allá de que estemos de acuerdo con ella o no, nos señala que el camino para encontrar una respuesta a la cuestión reside en la investigación sobre las limitaciones que poseen nuestras propias capacidades cognitivas. Desde ahí, el autor desvincula la teleología de los compromisos ontológicos que tenía en los autores precríticos y, a la vez, fundamenta su utilización en una sofisticada teoría gnoseológica que la legitima como algo más que una herramienta heurística cuyo uso sería meramente opcional.
No estoy de acuerdo, sin embargo, con Breitenbach en que la perspectiva teleológica es, según Kant, indispensable para experimentar e identificar a los organismos como tales. Intentaré mostrar en este trabajo que su función consiste más bien en volver, de algún modo, inteligibles ciertas características peculiares que observamos en los organismos: en particular las relaciones causales ascendentes y descendentes entre el organismo como un todo y las partes que lo conforman. Para ello, estas características ya deben haber sido identificadas, es decir, el organismo ya debe haber sido identificado como tal, y ya debemos habernos enfrentado con el problema de que su explicación en términos mecanicistas resulta insuficiente. Una vez que el organismo y sus características peculiares se identificaron, es menester recurrir a una consideración teleológica del mismo, i.e., considerarlo un fin natural. Esto supone reflexionar sobre él como si fuese el efecto de una causalidad conceptual, intentando así adoptar una perspectiva que de alguna manera permita escapar de las limitaciones que posee un entendimiento discursivo como el nuestro. Para Kant, las consideraciones teleológicas no son pues condiciones de posibilidad de la identificación de lo orgánico, sino que surgen una vez que los organismos ya han sido identificados como tales, y la investigación científica sobre ellos se enfrenta con ciertos problemas que tienen su origen en la peculiar constitución de nuestras facultades cognitivas.
2. La consideración de los organismos como fines naturales
⌅El problema con el que nos enfrentamos es, pues, elucidar cuál es la relación que Kant establece entre la noción de fin natural y la noción de organismo. La cuestión podría plantearse de la siguiente manera: ¿considera Kant que las características propias de los organismos se siguen de reflexionar sobre ellos como fines naturales y, en este sentido, la identificación del organismo como tal supone ya una perspectiva teleológica? ¿O más bien reflexionamos sobre ellos como fines naturales porque observamos en estos productos de la naturaleza ciertas características que les son propias y que no podemos volver inteligibles más que apelando a un tipo de causalidad que no es la mecánica? Breitenbach parece inclinarse por la primera alternativa y puede encontrarse, sin duda, cierto apoyo textual —en especial en la “Analítica de la facultad de juzgar teleológica” de la tercera Crítica— para defender esta interpretación de la propuesta kantiana. Creo, sin embargo, que, a la luz de lo que el autor propone en la “Dialéctica de la facultad de juzgar teleológica” de esta misma obra, la segunda alternativa resulta más coherente; y si esto es así, la experiencia y la identificación de los organismos como tales no requieren una perspectiva teleológica. Esta perspectiva se impone cuando necesitamos volver inteligibles de alguna manera ciertas características particulares que observamos en ellos y que no se presentan en otros tipos de productos naturales.
Para elucidar esta cuestión es preciso abordar, en primer lugar, el análisis de los parágrafos 64–66 de la Crítica de la facultad de juzgar (KU)Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
en los que Kant caracteriza la noción de “fin natural” (Naturzweck).
En § 64, el autor comienza por llamar la atención sobre lo que debemos
entender por “fin”. Una cosa es un fin cuando la causalidad de su origen
no puede hallarse en el mero mecanismo de la naturaleza, sino que
supone una causa cuya capacidad productiva está determinada por
conceptos (KU 05: 369–370Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Esta caracterización concuerda con la que se propone mucho antes en §
10: un fin es el objeto de un concepto en la medida en que este último
se considera la causa del primero (KU 05: 220Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
). Según estos textos, llamamos fin a lo que es el efecto de una causalidad conceptual.1Según McLaughlin 1990 (pp. 38–39),
existe cierta ambigüedad en el modo en que Kant emplea la noción de
“fin”. El concepto puede entrar en el proceso de producción de una cosa
de dos maneras diferentes: o bien como anticipación del producto
finalizado (causa formalis) o bien como anticipación de los efectos deseados del producto (causa finalis). Generalmente Kant se refiere a la primera de estas posibilidades. Si encontramos, nos dice Kant, un hexágono dibujado en la arena de una
tierra aparentemente deshabitada, advertimos que no puede ser el mero
producto de la acción del viento, del agua del mar o de las huellas
dejadas por algún animal conocido. Ninguna explicación mecánica es
suficiente para esclarecer su origen; sólo un concepto de la razón pudo
haberlo causado (KU 05: 370Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
El hexágono es, pues, un fin; pero no es un fin natural, sino un
producto del arte, ya que suponemos que hubo un ser racional que obró
intencionalmente para darle origen.
A la luz de esta
caracterización de los fines, la noción de “fin natural” se presenta
como problemática, pues algo que es un producto de la naturaleza ha de
considerarse, a la vez, como efecto de una causalidad conceptual. Para
resolver esta cuestión, es necesario llamar la atención sobre algunas
características que permiten diferenciar los fines que son productos del
arte de los que cuentan como fines naturales. Mientras que los
productos del arte tienen una causa externa (un ser racional que actúa
intencionalmente), lo que existe como fin natural —nos dice Kant— se
caracteriza por ser causa y, a la vez, efecto de sí mismo (KU 05: 370–371Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Por ejemplo, un árbol tiene la capacidad de generar otro árbol, y es
así causa y efecto de sí mismo desde el punto de vista de la especie.
Por otro lado, en cuanto individuo, también es causa y efecto de sí
mismo, ya que su capacidad de crecer no supone una mera adición de
materia, sino una transformación, que él mismo desarrolla, de la materia
agregada en función de las características peculiares de su especie. En
tercer lugar, también es causa y efecto de sí mismo en cuanto que tiene
la capacidad de regenerarse y autopreservarse (KU 05: 371–372Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Si
consideramos esta propiedad de los fines naturales de ser causas y
efectos de sí mismos en términos del modo en que se establece la
relación entre el todo del organismo y las partes que lo conforman,
vemos —nos dice Kant— que las partes han de combinarse en el todo,
siendo, a la vez, la causa y el efecto de su forma, produciéndose unas a
otras y produciendo el todo a partir de su propia causalidad (KU 05: 373Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Cada parte no sólo ha de existir por medio de las otras y para las
otras (algo que también encontramos en los productos del arte), sino que
han de producirse recíprocamente. Los fines naturales no sólo son seres
organizados, sino que tienen la capacidad de organizarse a sí mismos.
En este sentido, los organismos no son meras máquinas. Mientras que
éstas poseen sólo fuerza motriz, aquellos poseen una fuerza formativa,
con capacidad de autopropagarse, que no puede explicarse sólo a través
del movimiento (KU 05: 374Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).2 Ginsborg 2006 (p. 462) considera que los organismos son inexplicables en términos meramente
mecanicistas no por lo que los diferencia de los artefactos, sino por lo
que tienen en común con ellos. Si la materia sigue sus propias leyes
físicas y químicas, nunca dará como resultado la unidad especial de las
partes que encontramos en un organismo ni la que encontramos en un
reloj. Estoy de acuerdo en que ni los artefactos ni los organismos
pueden ser explicados en términos puramente mecanicistas. Pero creo que
esto se debe en gran medida, según Kant, a lo que los diferencia y no a
lo que tienen en común. En efecto, para dar cuenta de la unidad del
artefacto, hemos de hacerlo en términos de una causalidad mecánica a la
que debe agregársele una causalidad conceptual. El mecanismo del
artefacto ha de estar subordinado a una idea preconcebida por el
artesano. En cambio, en el caso del organismo la insuficiencia de la
explicación mecánica no radica en que haya que sumarle una causalidad
conceptual. No hay para el organismo una causa externa de producción (un
artesano). El organismo es causa y efecto de sí mismo gracias a una
fuerza formativa interna. Ésta es la razón por la cual no puede
explicarse en términos mecanicistas. Según Gambarotto y Nahas 2022 (pp. 47–56), la distinción entre las máquinas (que son
extrínsecamente teleológicas) y los fines naturales (que son
intrínsecamente teleológicos en cuanto que son causas y efectos de sí
mismos) es uno de los principales legados que Kant dejó a la
epistemología de la biología contemporánea, en particular para los
enfoques que se concentran en el problema de cómo dar cuenta de los
sistemas que tienen la capacidad de autoorganizarse. Respecto de esta
cuestión, los autores destacan los trabajos de Kauffman 2000, Maturana y Varela 1980, Montévil y Mossio 2015, Moreno y Mossio 2015, Mossio y Bich 2017 y Weber y Varela 2002, entre otros.
Los organismos presentan, pues, un tipo de relación causal que
es, sin duda, peculiar. Para iluminar esta cuestión, Kant distingue
entre dos maneras en que los nexos causales pueden establecerse en forma
de serie. Por un lado, en la medida en que se conciben meramente por el
entendimiento, estos nexos constituyen series de causas y efectos que
son siempre descendentes: las cosas que, como efectos, presuponen otras
que son sus causas, no pueden, a la vez, ser las causas de estas
últimas. Por ejemplo, el fuego es la causa de la quemadura, pero la
quemadura no es, a la vez, la causa del fuego. Éste es el tipo de nexo
causal que denominamos causalidad eficiente.3Sin
duda, Kant se refiere aquí al tipo de conexión causal que se establece
en el principio de la segunda analogía de la experiencia, cuya
demostración encontramos en la Crítica de la razón pura (KrV A 189 = B 232-A 211= B 256). Cuando la serie causal es descendente, los fenómenos se suceden unos a
otros en un orden irreversible. Por el contrario, cuando un nexo
causal, en cuanto que se considera una serie, supone relaciones de
dependencia, tanto ascendentes como descendentes —es decir, cuando un
efecto en la serie descendente se considera, a la vez, la causa de la
misma cosa de la cual él es el efecto—, se denomina final. Kant destaca
que solemos encontrar este tipo de causalidad en la esfera práctica. Por
ejemplo, la casa es la causa de la renta percibida por ella y, a la
vez, la representación de esta posible renta fue la causa de la
construcción de la casa (KU 05: 372Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Kant
introduce esta referencia a una causalidad que es ascendente y
descendente para arrojar luz sobre la peculiar capacidad de los
organismos de ser causas y efectos de sí mismos. Sin embargo, el pasaje
en el que habla de estos nexos causales nos enfrenta con un problema de
interpretación que está directamente relacionado con la cuestión que
intento elucidar. Por un lado, vemos que la causalidad descendente no se
presenta como problemática. En la medida en que la causa precede al
efecto, este tipo de nexo causal se puede esquematizar como una sucesión
objetiva y responde al principio de la segunda analogía de la
experiencia. Pero que un nexo causal sea, a la vez, ascendente y
descendente cuando se lo representa como una serie entra en
conflicto directamente con lo que establecen los principios de las
analogías. Es preciso llamar aquí la atención sobre el hecho de que esta
bidireccionalidad causal no tiene que ver con la acción recíproca de la
que nos habla la “Tercera analogía de la experiencia”. Ésta establece
que las sustancias (o las partes de la sustancia) se determinan
recíprocamente sus lugares en el espacio-tiempo (KrV A 211 = B 256–A 218 = B 265Kant, Immanuel, 1956, Kritik der reinen Vernunft, Felix Meiner, Hamburgo.
). Por cierto, la serie de las percepciones de estas sustancias puede darse en un sentido o en otro; esto es así
porque las sustancias que interactúan guardan relaciones temporales de
simultaneidad.4Por ejemplo, las partes coexistentes de una casa pueden ser recorridas perceptualmente en una dirección o en otra (KrV A 190 = B 235). Pero la bidireccionalidad de la serie de las percepciones no supone una
bidireccionalidad en la serie (o sucesión) de las causas y los efectos,
sino relaciones de coexistencia entre estos y aquellas. Ahora bien,
cuando hablamos de relaciones causales ascendentes o descendentes nos
referimos a series de causas y efectos. Y una vez que la relación
causal se representa en forma de una serie, es decir, como una sucesión
objetiva, la causa determina la posición en el tiempo del efecto, pero
el efecto no determina la posición en el tiempo de la causa (segunda
analogía).
Así pues, la referencia a una causalidad a la vez
ascendente y descendente resulta difícilmente asimilable a las
relaciones causales de las que nos hablan las analogías de la
experiencia. Por cierto, esto no significa que los organismos como
objetos de una experiencia posible no respondan a estos principios. Son
sustancias permanentes cuyos estados se suceden en el tiempo objetivo y
cuyas partes son simultáneas y se determinan recíprocamente sus lugares
en el espacio-tiempo. Además, en la medida en que son objetos
materiales, también responden a las leyes de la mecánica de las que Kant
habla en los Principios metafísicos de la ciencia natural (MAN 04: 536Kant, Immanuel, 1902b y ss., Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 4.
). Pero ninguno de estos principios permite dar cuenta de una relación recíproca de producción entre las partes y el todo. Es este tipo de relación causal, a la vez ascendente y descendente, el que resulta problemático.
Ahora bien, Kant caracteriza esta relación causal como causalidad final y afirma que encontramos este tipo de nexos en la esfera práctica.Pero el ejemplo que propone no responde a las características de una causalidad que es, a la vez, ascendente y descendente. En efecto, la representación de la renta es la causa de la construcción de la casa y la construcción de la casa es la causa de la renta real. Tenemos entonces elementos diferentes en los extremos de la serie. Las relaciones causales se establecen en una forma descendente que se puede esquematizar perfectamente en términos de una sucesión objetiva. La representación de la renta precede a la construcción de la casa y la construcción de la casa precede a la renta real. Por otra parte, la causalidad en juego es final porque “fin” se define como efecto de una causalidad conceptual, y aquí la representación de la renta de la casa funciona como causa.5Lo mismo sucede, por ejemplo, cuando la fabricación de una mesa resulta del modo en que el carpintero ha configurado sus partes y, a la vez, esta configuración es el efecto del modo en que se concibió la mesa. La mesa es un fin (del arte) en la medida en que es efecto de una causalidad conceptual. La idea de la mesa precede a la configuración de sus partes, y de esta configuración resulta la mesa real. Los nexos causales acontecen en forma de una serie descendente; y, en los extremos de la serie, tenemos diferentes elementos: la idea de la mesa y la mesa real. Dicho con otras palabras, las causas finales no son problemáticas a la luz de la relación entre el tiempo y la causalidad que se establece en la primera Crítica porque, en rigor, no se da en ellas una bidireccionalidad en la serie de las causas y los efectos.6 Zuckert 2007 (pp. 124–125) destaca que no sólo las partes influyen unas sobre otras en los organismos, sino que también “anticipan” el estado futuro de estos productos de la naturaleza (su supervivencia). Ese estado futuro define las actividades presentes de las partes, pero, a la vez, el funcionamiento presente de las partes lo determina. Por tal motivo, los organismos suponen un tipo de causalidad totalmente novedoso, con una forma temporal diferente. Concuerdo con esta posición de Zuckert; pienso que precisamente la peculiar forma temporal de las conexiones causales que son, a la vez, ascendentes y descendentes, nos lleva a considerar esa “anticipación” en términos de una causalidad conceptual: la representación del todo y el estado futuro del mismo es la causa de la configuración de las partes, y esta configuración será la causa del estado futuro del todo. De esta manera, dichas conexiones causales se reordenan de acuerdo con una forma temporal, i.e., la sucesión objetiva, que es consistente con lo establecido por los principios de las analogías.
Sin embargo, el texto identifica la causalidad final con la causalidad que es, a la vez, ascendente y descendente. Y es este tipo de causalidad el que encontramos en los organismos. ¿Significa esto que los organismos sólo se pueden identificar como tales si adoptamos una perspectiva teleológica? ¿O significa más bien que adoptamos esta perspectiva porque guarda algún tipo de analogía con la causalidad que es, a la vez, ascendente y descendente (con la salvedad de que, para las causas finales, en un extremo de la serie tenemos la representación del efecto y, en el otro, el efecto real) y que esto nos permite reordenar en forma de serie descendente ciertos nexos causales que, de otro modo, nos resultarían difícilmente inteligibles? Me inclino, desde luego, por la segunda alternativa. Pero no dejo de reconocer que estos textos ofrecen apoyo, por momentos, a la primera interpretación y, por momentos, a la segunda.7También parece apoyar a la primera interpretación la formulación del principio para el juicio de la finalidad interna de los seres organizados que Kant presenta en § 66: “un producto de la naturaleza organizado es aquel en el cual todo es un fin y recíprocamente también un medio. Nada en él es en vano, sin finalidad o atribuible a un mecanismo ciego de la naturaleza” (KU 05: 376). Vemos que, en la formulación misma de este principio, los organismos se caracterizan teleológicamente, lo cual nos puede llevar a pensar —como lo hace Breitenbach— que la identificación del organismo como tal supone ya una perspectiva teleológica.
También en § 65, donde se habla sobre la causalidad ascendente
y descendente, Kant destaca, de un modo consistente con la segunda
interpretación, que la analogía con el arte no logra captar el modo en
que funciona la naturaleza en los seres orgánicos.8Tampoco
la analogía con la vida —nos dice Kant— resulta adecuada, ya que sería
preciso asociar a la materia una propiedad que contradice su esencia, es
decir, un principio ajeno, una suerte de alma, que está en comunión con
ella (hilozoísmo) (KU 05: 375). En rigor, la organización que encontramos en la naturaleza no es análoga a ninguna causalidad que conozcamos (KU 05: 375Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Por
tal motivo, el concepto de “fin natural” no es constitutivo, sino
meramente un concepto regulativo para la facultad de juzgar
reflexionante. En rigor, los seres orgánicos no son fines —es decir,
efectos de una causalidad conceptual—, pero debemos reflexionar sobre
ellos como si lo fueran, basándonos en una remota analogía con nuestra
causalidad según fines (KU 05: 375Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
El carácter remoto de la analogía pone en evidencia cierta distancia
entre lo que puede caracterizarse como “fin” y aquellos productos de la
naturaleza en los que observamos relaciones causales que son, a la vez,
ascendentes y descendentes en un sentido estricto. Cuando un árbol se
nutre y crece, el todo del organismo es el efecto de la materia que se
le agrega, pero, a la vez, las partes que se le suman como producto de
ese crecimiento son el efecto del todo en función del cual la materia
agregada en la nutrición fue transformada. Creo que el árbol no presenta
esa característica porque lo consideramos teleológicamente, sino que lo
consideramos teleológicamente por presentar esa característica.
Así pues, más allá de ciertas vacilaciones que se dan en este texto en cuanto al modo en que ha de entenderse la relación entre el organismo y el fin natural, todo parece indicar que las características que identifican a los organismos como tales no resultan de ser considerados teleológicamente, sino que recurrimos a este tipo de consideración cuando encontramos en ellos ciertas características que, de otro modo (es decir, en términos mecanicistas) nos resultan difícilmente inteligibles.
Pienso que esta posición —presentada en la “Analítica de la facultad de juzgar teleológica” de una manera, por cierto, un tanto ambigua— queda claramente establecida más adelante en la “Dialéctica”, ya que allí Kant arroja luz sobre las razones por las que nos vemos llevados a considerar teleológicamente estos productos de la naturaleza, valiéndonos de la analogía con el arte a pesar de que ésta no es totalmente adecuada para captar la relación parte-todo que observamos en los organismos.
A continuación, me detendré a analizar cómo esta cuestión se convierte en la clave para resolver la antinomia del juicio teleológico.
3. ¿Por qué nos vemos llevados a recurrir a la analogía con el arte?
⌅En la “Dialéctica de la facultad de juzgar teleológica” (KU 05: 385–416Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
),
Kant presenta el conflicto entre el mecanicismo y la teleología en
términos de una antinomia de la facultad de juzgar reflexionante. En lo
que se refiere a la unidad contingente de la gran diversidad de las
leyes particulares de la naturaleza, la facultad de juzgar puede valerse
de dos máximas diferentes en su reflexión que, al parecer, entran en
conflicto.9Para una síntesis de las principales interpretaciones clásicas de la antinomia, véase McLaughlin 1990 (pp. 137 y ss.) La primera de ellas la proporciona a priori el entendimiento. La segunda es producto de ciertas experiencias
particulares que ponen en juego la razón para juzgar la naturaleza
corpórea de acuerdo con un principio especial.
Las máximas que conforman esta antinomia se formulan de la siguiente manera (KU 05: 387Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
):
-
Tesis: Toda generación de cosas materiales y de sus formas debe ser juzgada como posible de acuerdo con leyes meramente mecánicas.
-
Antítesis: Algunos productos de la naturaleza material no pueden ser juzgados como posibles de acuerdo con leyes meramente mecánicas (su juicio exige una ley de la causalidad completamente diferente, es decir, la de las causas finales).
Kant aclara que estas máximas son meramente regulativas.10Algunos
autores consideran que sólo la antítesis es regulativa. En cambio, el
estatus de la tesis no queda claramente establecido (cfr., por ejemplo, Palermo 2018, pp. 17–18).
No estoy de acuerdo con esa posición. Desde mi punto de vista, Kant se
pronuncia expresamente en favor del carácter regulativo de ambas
máximas. Si se las considerara principios constitutivos de la posibilidad de los objetos mismos, i.e., si se las considerara principios objetivos de la facultad de juzgar determinante, entrarían efectivamente en contradicción.11Cabe
destacar que, en rigor, la facultad de juzgar determinante no puede dar
lugar a una antinomia, pues carece de principios propios. El conflicto
se daría entonces, aclara Kant, entre principios de la razón, aunque
ésta no puede probar ninguno de ellos, pues no hay principios
determinantes a priori de las cosas de acuerdo con leyes meramente empíricas (KU 05: 387). ¿En qué nivel se plantea entonces la antinomia? Concuerdo con Quarfood 2014 (p. 169) en que el conflicto se da entre las máximas en su
versión regulativa, pero cuando se interpretan erróneamente como
principios constitutivos. En su versión constitutiva, la formulación sería de la siguiente manera (KU 05: 387Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
):
-
Tesis: Toda generación de cosas materiales es posible de acuerdo con leyes meramente mecánicas.
-
Antítesis: La generación de algunas cosas materiales no es posible de acuerdo con leyes meramente mecánicas.
En
su versión regulativa, la contradicción desaparece porque no se afirma
que las cosas materiales sólo sean posibles de acuerdo con leyes
mecánicas, sino que debemos siempre juzgarlas como posibles de acuerdo con este tipo de legalidad.12Mucho se ha discutido acerca de cuál es la noción de “mecanismo” que aparece en este texto (por ejemplo: Breitenbach 2006, pp. 694–711; McLaughlin 1990, pp. 132, 142, 152–155, 162; Watkins 2009, p. 204; Zanetti 1993, pp. 346–349; Zuckert 2007, pp. 102–110). En la medida en que hay una tendencia en las dos primeras Críticas a identificar el principio mecanicista con el principio general de causalidad (cfr. KrV B XXVII, XXIX–XXXVI y KpV 05: 97), podría pensarse que la atribución de un carácter regulativo a la máxima mecanicista en la KU supone algún tipo de inconsistencia sistemática. Sin embargo, creo que
tal inconsistencia no existe. A mi entender, la clave para dar cuenta de
la coherencia sistemática de Kant en relación con esta cuestión reside
en atender a la tesis de que la máxima mecanicista es proporcionada a priori por el entendimiento (KU 05: 386).
En efecto, esta facultad da origen a principios trascendentales (entre
ellos el principio general de causalidad que se establece en la “Segunda
analogía de la experiencia”) que son constitutivos respecto de todo
objeto de una experiencia posible. Cuando estos principios se aplican al
concepto empírico de materia, se originan ciertos principios
metafísicos (entre ellos, las leyes de la mecánica de las que Kant habla
en MAN) que son constitutivos respecto de todo objeto material de una experiencia posible. Estos principios constitutivos trazan el marco a priori dentro del cual ha de moverse la facultad de juzgar reflexionante en su
ascenso de lo particular a lo universal y en su búsqueda de leyes que
gobiernen los aspectos particulares de lo fenoménico que aquellos
principios constitutivos dejaron indeterminados. Ese ascenso será guiado
por principios que son regulativos. Resulta, pues, sistemáticamente
coherente que haya una máxima mecanicista regulativa que guíe ese
ascenso y que opere en consonancia con aquellos principios
constitutivos. Esto le confiere a esta máxima una fuerza que la máxima
teleológica no posee. Toda generación de cosas materiales ha de
juzgarse como posible de acuerdo con leyes meramente mecánicas. Kant
insiste en que esta máxima ha de ser llevada hasta sus últimas
consecuencias; y sólo cuando resulta insuficiente hemos de
complementarla con la máxima teleológica. Desarrollé más detalladamente
esta tesis en Jáuregui 2020 (pp. 92–109). Esto no entra en conflicto con la posibilidad de juzgarlas también, en
algunos casos, de acuerdo con el principio de las causas finales, ya
que, cuando esto sucede, la primera máxima se mantiene. No se trata de
que algunas cosas materiales sean imposibles en términos de una
causalidad meramente mecánica, sino de que nuestra facultad de juzgar
reflexionante es llevada algunas veces a valerse de un principio
diferente. La aparente contradicción entre las máximas comienza a
resolverse en cuanto dirigimos la atención hacia nuestra propia finitud.
No podemos probar que la generación de los organismos sea imposible a
través de leyes meramente mecánicas, pero dentro de los límites que
poseen nuestras facultades cognitivas resulta indubitablemente cierto
que el mecanismo de la naturaleza es incapaz de proporcionar un
principio explicativo de la generación de este tipo de seres. Así, desde
este punto de vista resulta correcto el principio para la facultad de
juzgar reflexionante de acuerdo con el cual hemos de concebir una
causalidad diferente de la mecánica, es decir, una conexión de las cosas
según fines, la cual supone una causa inteligente del mundo. Desde
luego, el concepto de esta causalidad es una mera idea a la cual no es
posible concederle realidad. Sólo se trata de una guía para la
reflexión. No estamos ante un principio objetivo al cual deba someterse
la facultad de juzgar determinante porque, si así fuera, estaríamos
traspasando los límites de la experiencia (KU 05: 389Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Afirmar que la generación de ciertas cosas en la naturaleza sólo es
posible por medio de una causa que actúa intencionalmente es
completamente diferente —advierte Kant— de afirmar que, debido a la
peculiar constitución de nuestras facultades cognitivas, no podemos
juzgar la posibilidad y generación de tales cosas más que pensando en
una causa que actúa de acuerdo con intenciones, es decir, pensando en un
ser que es productivo según la analogía con la causalidad de un
entendimiento (KU 05: 397Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Por cierto, esto no es en absoluto una prueba de la existencia de ese
ser inteligente. Sólo nos valemos de esta idea subjetivamente para el
uso de nuestra facultad de juzgar en su reflexión sobre los fines de la
naturaleza. Es nuestra propia finitud la que nos lleva a reflexionar de
esta manera porque, dada la constitución de nuestras facultades, nunca
podremos conocer ni explicar los organismos y su posibilidad interna
basándonos meramente en principios mecanicistas. Nunca surgirá —nos dice
Kant— un Newton que vuelva comprensible la generación de una brizna de
hierba.13Algunos
autores han considerado que Darwin sería el Newton de la brizna de
hierba, ya que los caracteres especiales de los seres vivos podrían
explicarse por medio del análisis histórico de su desarrollo evolutivo (Mayr 1974).
Contra la tesis kantiana podría aducirse también que la aparente
finalidad de los organismos sería explicable a través de ciertos
desarrollos que tienen lugar a nivel genético y molecular. Sin embargo, Roth 2014 considera que los biólogos actuales podrían
simpatizar con la tesis kantiana del “Newton de la brizna de hierba” en
la medida en que es posible considerar que la estructura básica
molecular de la vida representa una forma primitiva de direccionalidad
hacia un fin. Desde este punto de vista, la biología molecular
proporcionaría una comprensión profunda de las razones por las que los
organismos presentan caracteres especiales que los distinguen de
cualquier otro objeto físico. Debido a los límites de
nuestra razón, no podemos dar cuenta de la posibilidad de los fines
naturales más que apelando a un ser inteligente. Esto sólo vale entonces
en relación con nuestra facultad de juzgar reflexionante, es decir, de
un modo subjetivo, pero, a la vez, inevitable para nuestra condición
humana.
Por lo que he dicho hasta aquí, la antinomia entre la
máxima mecanicista y la máxima teleológica se resuelve en cuanto
advertimos que son principios meramente regulativos que nada dicen
acerca del tipo de causalidad que efectivamente opera en las cosas
materiales, sino que sólo establecen el modo en que hemos de orientarnos
en nuestra reflexión acerca de ellas.14Es preciso destacar que el carácter regulativo de las máximas no las convierte en meras recomendaciones opcionales. La necesidad de dejarnos guiar por ellas se funda en el modo en que están
constituidas nuestras facultades. Desde esta perspectiva, si bien Kant
anticipa las posiciones contemporáneas que asignan a la teleología una
función meramente heurística, lo hace sobre el trasfondo de una teoría
gnoseológica que permite conferir a la teleología una fuerza y
relevancia que no parece tener en la filosofía contemporánea. Sin embargo, resulta curioso que Kant afirme que esto no es más que la preparación para la resolución de la antinomia (KU 05: 388Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Mucho se ha discutido acerca de las razones por las que la diferencia
entre los principios constitutivos y los regulativos no alcanza para
terminar de resolver la cuestión. Desde mi punto de vista, tiene sentido
que esta distinción sea sólo un primer paso para resolver la antinomia.
En efecto, si atendemos al modo en que Kant formula la versión
constitutiva del conflicto entre los principios, vemos que no se hace
referencia a las causas finales. Si trasladamos esta formulación a la
versión regulativa, bien podría suceder que la primera máxima indicara
que siempre hemos de juzgar como posible la generación de las cosas
materiales de acuerdo con leyes meramente mecánicas, y que la segunda
sólo indicara que (dada la constitución de nuestras facultades
cognitivas) en algunos casos esto puede resultar insuficiente. Ambas
máximas tendrían, por cierto, un carácter meramente regulativo. Sin
embargo, esto no alcanzaría para que la segunda sea una máxima
teleológica. Kant nos dice todavía algo más. En la versión regulativa de
la antítesis, agrega entre paréntesis que, en el caso de que algunas
cosas materiales no puedan ser juzgadas como posibles según leyes
meramente mecánicas, su juicio requiere un tipo diferente de causalidad:
la de las causas finales. Es esta aclaración agregada entre paréntesis
la que hace que la máxima posea un carácter propiamente teleológico. El
carácter regulativo de las máximas no alcanza, pues, para resolver la
antinomia. Es menester además justificar por qué, en el caso de que la
causalidad mecánica resulte insuficiente para juzgar la posibilidad de
ciertas cosas materiales, nos vemos llevados, dada la especial
constitución de nuestras facultades, a juzgarlas de acuerdo con una
causalidad final.
Kant dedica los §§ 76 y 77 de la KUKant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
a resolver esta cuestión; y es, a mi entender, este aspecto de la
resolución de la antinomia el que pone de manifiesto que los caracteres
especiales que presentan los organismos no resultan de considerarlos
desde una perspectiva teleológica, sino que esta consideración
teleológica se vuelve indispensable para volver inteligibles ciertos
caracteres especiales que ellos poseen en sí mismos. El problema con el
que nos enfrentamos es, pues, elucidar por qué ciertas limitaciones que
poseen nuestras facultades cognitivas nos llevan a valernos de
consideraciones teleológicas para volver inteligibles algunos aspectos
de la naturaleza que no pueden explicarse en términos mecanicistas; en
otras palabras, por qué se agrega, entre paréntesis, la referencia a las
causas finales en la antítesis de la antinomia.
Kant comienza por destacar, en § 76, que la diferencia entre posibilidad y realidad (Wirklichkeit)
descansa en la constitución especial de nuestras facultades. Si para
conocer no dependiéramos de la cooperación entre los conceptos del
entendimiento y las intuiciones que se originan en la sensibilidad,
tampoco distinguiríamos entre la posibilidad de las cosas y su realidad.
En efecto, la posibilidad de una cosa significa la posición de su
representación con respecto a nuestro concepto y, en general, a nuestra
capacidad de pensar. En cambio, su realidad significa la posición de la
cosa misma, por fuera del concepto. Así pues, podemos, por un lado,
tener en nuestro pensamiento como meramente posible algo que no existe
y, por otro lado, representarnos a la vez algo como efectivamente dado
para lo cual no tenemos concepto. Si nuestro entendimiento tuviera la
capacidad de intuir, todos sus objetos serían reales y la diferencia
entre posibilidad y realidad desaparecería. Sólo porque nuestra facultad
de conocimiento está sensiblemente condicionada, podemos distinguir
entre algo meramente pensado como posible y algo efectivamente dado como
real en la intuición sensible (KU 05: 401–402Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Vemos así cómo el carácter discursivo, no intuitivo, de nuestro entendimiento está en la base de la distinción entre lo posible y lo real. Para conocer, nuestro entendimiento requiere la colaboración de la sensibilidad. Tal es su limitación. Un entendimiento infinito no estaría, por cierto, condicionado sensiblemente.15Kant subraya que este condicionamiento sensible tiene también consecuencias en el ámbito de la razón práctica. Si este condicionamiento no existiera, la razón, en lo que concierne a su causalidad en el mundo inteligible, coincidiría completamente con la ley moral y no habría diferencia entre lo que se hace y lo que se debe hacer (KU 05: 404). Nuestra finitud vuelve a quedar colocada en un primer plano. Ése es el lugar desde el cual ha de resolverse, desde la perspectiva kantiana, el conflicto entre el mecanicismo y la teleología.
Esto se pone aún más en evidencia en el siguiente paso de la argumentación: también la diferencia entre contingencia y necesidad nos remite a la finitud de nuestro entendimiento. En efecto: contingente es aquello que existe, pero que podría no existir. La noción misma de “contingencia” (y la noción de “necesidad” que va de la mano con ella) descansa sobre la distinción entre la posibilidad y la realidad.
Esto es sumamente relevante en relación con la cuestión que nos ocupa. Ya desde la introducción de la KUKant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
, Kant llama la atención sobre el hecho de que los principios trascendentales que aborda la primera Crítica dejan indeterminados los aspectos particulares de lo fenoménico. Estos aspectos particulares son contingentes respecto de aquella legalidad pura. La legalidad de lo contingente es precisamente lo que llamamos “finalidad” (KU 05: 404Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Este tipo de legalidad y el funcionamiento de la facultad de juzgar
reflexionante que se relaciona con ella son la cuestión central que
atraviesa la investigación que Kant desarrolla en KUKant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
.
En lo que concierne al problema que nos ocupa, son los caracteres
particulares de los seres orgánicos los que nos enfrentan con la
necesidad de recurrir a una causalidad diferente de la mecánica. Estos
aspectos particulares son contingentes respecto de los principios
trascendentales propuestos en KrVKant, Immanuel, 1956, Kritik der reinen Vernunft, Felix Meiner, Hamburgo.
y son también contingentes respecto de los principios metafísicos que Kant presenta en los Principios metafísicos de la ciencia natural (MAN)Kant, Immanuel, 1902b y ss., Metaphysische Anfangsgründe der Naturwissenschaft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 4.
. Desde luego, los organismos son objetos de una experiencia posible. Más aún: son objetos materiales de una experiencia posible. Y si esto es así, una gran parte de sus caracteres está determinada por aquellos principios. Pero, además de estos caracteres más
generales, presentan ciertas propiedades peculiares para cuya
explicación las leyes de la mecánica resultan insuficientes. Es preciso
pues que la investigación empírica sobre los organismos se deje orientar
por una máxima que apele a un tipo de causalidad diferente de la
mecánica, i.e., la de las causas finales.
Vemos así cómo el conflicto entre el mecanicismo y la teleología se encuadra en el marco trazado por las limitaciones que poseen nuestras facultades cognitivas, y precisamente desde ese marco Kant intentará resolverlo sin apelar a posiciones dogmáticas sobre la cuestión.
A continuación, en § 77,
el autor avanza en el contraste entre los caracteres que presenta un
entendimiento discursivo como el nuestro y los que presentaría un
entendimiento intuitivo (concebido como posible a partir de la negación
de nuestras limitaciones). La cuestión se plantea en términos de cómo se
relaciona lo universal con lo particular para cada uno de estos tipos
de entendimiento. En el caso de un entendimiento discursivo como el
nuestro, el concepto que recoge notas comunes de los particulares —al
que Kant denomina universal analítico— deja indeterminada la inmensa
variedad con que estos particulares se nos presentan en la percepción.
Resulta contingente de qué diferentes maneras coinciden en las
características que les son comunes (KU 05: 406Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
).
Y, en la medida en que lo universal no determina lo particular, éste no
puede ser simplemente derivado de aquél. Para que tal determinación
tenga lugar, es preciso que la intuición empírica se subsuma bajo el
concepto (KU 05: 407Kant, Immanuel, 1902a y ss., Kritik der Urteilskraft, en Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Akademie der Wissenschaften von der Deutschen/Göttingen Akademie der Wissenschaften, Berlín, vol. 5.
). Se trata, pues, de un entendimiento finito que para conocer necesita la colaboración de la sensibilidad.
Esta limitación no existiría, sin embargo, para un entendimiento que tuviera la capacidad de intuir. En este caso, el universal —al cual Kant denomina universal sintético— coincidiría con la representación intuitiva del todo en cuanto tal: un todo en el que las partes estarían completamente determinadas, y no habría, por ende, contingencia en el modo en que están configuradas. Con esta caracterización del universal sintético, la argumentación se desplaza del contraste entre los modos en que se da la relación entre lo particular y lo universal para cada tipo de entendimiento al contraste entre los modos en que cada uno de ellos se representa la relación entre las partes y el todo. Para un entendimiento como el nuestro, el todo resulta de la configuración de las partes.16Llama la atención que Kant relacione el universal con la parte y no con el todo (KU 05: 407). Según McLaughlin 1990 (p. 165), esto tiene sentido. El universal analítico se relaciona con las partes porque, para un entendimiento como el nuestro, las causas se encuentran en la disección (análisis). La parte es el principio explicativo general; es el explanans. El todo es, en cambio, el explanandum. Específicamente, si se trata de un objeto material, el todo es un efecto de las fuerzas motrices que operan en las partes. Es, pues, sólo un agregado cuya generación ha de ser explicada en términos mecanicistas. En cambio, desde el punto de vista de un entendimiento intuitivo, la posibilidad de las partes dependería del todo, ya que sería el todo el que las determina.17 Ginsborg 2006 (p. 461) señala que, aunque Kant no lo dice expresamente, un entendimiento intuitivo no comprendería la naturaleza a través de leyes generales, sino que se representaría la totalidad de la materia, incluidas las formas especiales de unidad que presentan los organismos, como un todo completamente determinado. Esta última manera de representar la relación entre las partes y el todo resulta difícilmente inteligible para un entendimiento discursivo como el nuestro. Pero es precisamente este tipo de relación el que tiene lugar en los organismos. Si bien son objetos materiales, los organismos no son meros agregados, sino que poseen una unidad orgánica desde el momento en que cada parte es lo que es en función del todo. A eso se suma que son seres que se organizan a sí mismos y en los que las partes son causas y, a la vez, efectos del todo. El único modo de hacer inteligibles estas características peculiares de los organismos es intentar, aun dentro de nuestros propios límites, adoptar una perspectiva que nos acerque al punto de vista de un entendimiento intuitivo. Al parecer, la única manera de lograr esto es a través de lo que habíamos llamado causalidad conceptual. Dada la especial constitución de nuestro entendimiento, no podemos intuir un todo real que determine las partes. Pero sí nos resulta inteligible que la representación del todo determine la configuración de las partes y que, a su vez, la configuración de las partes determine el todo real. Así pues, para dar cuenta de las peculiares relaciones causales que encontramos en los organismos, hemos de reflexionar sobre ellos como si fueran fines (naturales), es decir, como si fueran efectos de una causalidad conceptual: como si un ser inteligente que actúa intencionalmente se hubiese representado esos todos orgánicos para darles origen, subordinando a un fin las operaciones mecánicas que tienen lugar en ellos.18Algunos autores consideran que Kant atribuye un entendimiento intuitivo al autor inteligente del mundo al que se hace referencia en el contexto del juicio teleológico sobre los organismos (cfr. por ejemplo, Düssing 1968, pp. 67–74; Förster 2008, pp. 269–271; Goy 2015, pp. 77–84). Creo que, a estas alturas de la argumentación, Kant no identifica ni puede identificar entre sí estas dos referencias a lo suprasensible. Éstas cumplen diferentes funciones en la estructura del argumento. La referencia a un entendimiento intuitivo llama la atención sobre las limitaciones que posee un entendimiento como el nuestro y señala la dirección en la que hemos de movernos para superar de alguna manera esos límites, i.e., reflexionar sobre un todo que determina las partes en términos de la causalidad conceptual valiéndonos de la analogía con el arte humano. Una vez que entra en juego la analogía, hemos de valernos de la idea de un entendimiento superior al nuestro, una suerte de artesano divino que es el autor inteligente del mundo. Empero, no hay nada que justifique la tesis de que este autor inteligente ha de tener cierto tipo de entendimiento. La analogía sólo requiere que tenga una inteligencia según el efecto que está produciendo. Sólo cuando la argumentación avance en la última parte de la KU hasta identificar este autor inteligente con un autor moral del mundo al cual se le puedan atribuir las características del ens realissimum, podremos decir justificadamente que este ser posee un entendimiento infinito. He analizado con mayor profundidad esta cuestión en Jáuregui 2021. Los principios que forman parte de la antinomia se unifican, pues, por medio de la subordinación de uno al otro.19Kant contempla también la posibilidad de que los principios se unifiquen en el fundamento suprasensible de la naturaleza; pero, como este fundamento es para nosotros incognoscible, el único modo de unificación que nos resulta accesible reside en la consideración de dichos principios como máximas regulativas que se subordinan una a la otra en la reflexión sobre los seres orgánicos (KU 05: 411–415). Desde luego que esto es sólo una manera de reflexionar sobre los organismos que no nos dice nada acerca de la existencia de ese ser inteligente ni acerca del tipo de causalidad que efectivamente tiene lugar en estos productos de la naturaleza. Se trata meramente de una analogía, ciertamente remota, pero indispensable para “superar” en algún sentido los límites que posee un entendimiento como el nuestro. Ante la imposibilidad de explicar los organismos como meros agregados, es decir, como un todo que es efecto de las fuerzas motrices que operan en sus partes, nuestra investigación ha de guiarse inevitablemente por una máxima diferente: no una que sólo establezca que, algunas veces, las leyes mecánicas resultan insuficientes para explicar ciertos productos de la naturaleza, sino una que además nos diga qué hacer en esos casos. La antítesis de la antinomia debe establecer que hemos de valernos de las causas finales. Sólo si establecemos esto (que en la formulación regulativa aparece agregado entre paréntesis) la máxima se vuelve propiamente teleológica y se presenta como una guía inevitable para la investigación sobre los organismos.
Así pues, la antinomia no se resuelve destacando nada más el carácter regulativo de las máximas, sino explicando también las razones por las cuales hemos de valernos de ambas para orientar la investigación. Es la constitución especial de nuestro entendimiento lo que hace que estén formuladas en los términos en los que se las formula. Y es la constitución especial de nuestro entendimiento lo que señala el camino para encontrar una vía de unificación de ambos principios.
De todo esto se sigue que el conflicto no debe abordarse desde una perspectiva dogmática preguntándonos cuál es el tipo de causalidad que opera en la naturaleza, sino desde una perspectiva crítica, preguntándonos cómo hemos de reflexionar sobre estos nexos causales teniendo en cuenta los límites de nuestras facultades cognitivas. Sólo una vez que hemos sacado a la luz todos estos problemas podemos terminar de resolver el conflicto entre el mecanicismo y la teleología.
4. Conclusión
⌅Si tenemos en cuenta estas consideraciones que Kant ofrece en la “Dialéctica de la facultad de juzgar teleológica”, la ambigüedad que advertíamos en la “Analítica” respecto de la cuestión que nos ocupa tiende a disiparse. En efecto, vimos que, en §§ 64–66, Kant parece identificar por momentos la noción de “organismo” con la de “fin natural”, y que, si esto es así, tiene sustento la interpretación según la cual el reconocimiento del organismo como tal responde ya a una perspectiva teleológica. La “Dialéctica”, en cambio, propone una solución para el conflicto entre el mecanicismo y la teleología y, al hacerlo, profundiza en las razones por las cuales nos vemos llevados a reflexionar sobre los organismos como si fueran fines. Dado el carácter discursivo de nuestro entendimiento, concebimos el todo como resultado de la configuración de las partes. El todo es un mero agregado que sólo puede ser explicado en términos mecanicistas. ¿Cómo dar cuenta, pues, de ciertos productos de la naturaleza en los cuales advertimos que las partes son, a la vez, determinadas por el todo? Dicho con otras palabras, ¿cómo podemos dar cuenta de ciertos seres en los cuales observamos nexos causales que son, a la vez, ascendentes y descendentes? No podemos explicar este tipo de nexos, ya que la explicación, para un entendimiento como el nuestro, debería ser mecánica (es decir, en términos de causalidad descendente). Sin embargo, frente a esta limitación, disponemos de un recurso para orientar nuestra investigación sobre estos productos naturales. El recurso consiste en reflexionar sobre ellos como si la representación del todo fuera la causa de la configuración de las partes y la configuración de las partes fuera la causa del todo real. En términos de causalidad conceptual, es decir, reflexionando sobre ellos como si fueran fines naturales, el conflicto que generan los nexos causales que son, a la vez, ascendentes y descendentes desaparece. Nuestro entendimiento no puede intuir un todo en el cual las partes quedan totalmente determinadas, pero puede colocarse en un punto de vista que guarda una analogía remota con el punto de vista que supondría un entendimiento intuitivo. La analogía es remota, pero es inevitable a la hora de investigar estos productos naturales. El principio teleológico no es una mera recomendación heurística, sino un principio regulativo que se nos impone debido a las limitaciones que presentan nuestras facultades cognitivas.
Todo esto pone de manifiesto que los seres orgánicos no poseen ciertas características especiales porque adoptemos una perspectiva teleológica, sino que adoptamos esta perspectiva porque observamos en ellos ciertas características que no podemos explicar en términos mecanicistas. Los organismos no pueden ser considerados meramente agregados. Poseen una unidad orgánica en la que el todo es causa y, a la vez, efecto de la configuración de las partes. Frente a esta característica que, a mi entender, los organismos poseen en sí mismos,20Me refiero, desde luego, a los organismos como objetos materiales fenoménicos. y a nuestra imposibilidad de dar cuenta de ella en términos puramente mecanicistas, nos vemos llevados a considerarlos fines, es decir, efectos de una causalidad conceptual. Esta consideración teleológica surge cuando nos enfrentamos con las características especiales que poseen estos productos naturales, lo cual implica que ellas no son una consecuencia de haber sido consideradas teleológicamente. Defender esta última alternativa supondría invertir la relación de fundamentación que, al parecer, Kant presenta como solución de la antinomia.
Señalé al comienzo de este trabajo que, según Breitenbach, la identificación de los organismos como tales supone ya una consideración teleológica, y que es precisamente esto lo que hace que la posición kantiana signifique un avance respecto de las consideraciones que la epistemología de la biología contemporánea ofrece sobre el problema de la teleología. Ahora bien, he argumentado en contra de la primera de las tesis de Breitenbach. ¿Se sigue de esto que Kant tampoco tiene nada que aportar a la discusión sobre la importancia de la teleología que todavía sigue abierta hoy? Pienso que la respuesta a esta pregunta ha de ser negativa. El hecho de que el estatus de la teleología en las investigaciones biológicas siga siendo un problema para el cual no hay todavía una respuesta definitiva hace que el punto de vista propuesto por Kant resulte significativo en la medida en que nos llama la atención sobre la necesidad de abordar la cuestión desde una perspectiva crítica, no dogmática. Las consideraciones que el autor ofrece en la “Dialéctica” acerca de las limitaciones que poseen nuestras facultades cognitivas aportan una herramienta relevante para la discusión contemporánea, puesto que, más allá de que aceptemos o no las posiciones gnoseológicas que allí se defienden, llaman la atención sobre el lugar desde el cual tal vez sea posible encontrar una respuesta al problema de la teleología.