Diánoia 69 (93)
noviembre 2024
ISSN-L: 0185-2450 | e-ISSN: 1870-4913
https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2024.93.2113

Reseñas bibliográficas

Sarah Abel, Permanent Markers. Race, Ancestry, and the Body After the Genome, University of North Carolina Press, Estados Unidos de América, 2021, 259 pp.

Vivette García Deister

Facultad de Ciencias, Universidad Nacional Autónoma de México, México

https://orcid.org/0000-0003-4207-5783

CONTENIDO

En los últimos veinte años, públicos diversos han recurrido a las pruebas genéticas de ancestría para responder a preguntas sobre su identidad, propensión a la salud o genealogía. La disponibilidad de estas pruebas y la floreciente industria internacional que ha suscitado, han reavivado discusiones sobre la racialización de las identidades y también sobre el potencial antirracista de la ciencia genética. El libro de Sarah Abel examina los usos de estas pruebas en Brasil y Estados Unidos, en donde las tecnologías del adn se mezclan con las historias y legados de la esclavitud, los proyectos genealógicos personales y las políticas raciales colectivas.

Escrito con una facilidad para comunicar con un lenguaje claro información muy técnica, el libro hace estos temas accesibles a lectores no especializados. También muestra lo cercano y personal que puede ser el tema de las pruebas genómicas de la ancestría para quienes recurren a ellas y la relevancia social —incluso geopolítica— de que se hagan estas pruebas ya sea desde la investigación científica o la genómica recreativa (aunque la autora no se refiere a los análisis genealógicos con este último término, que sí es ubicuo en los estudios pertinentes) a lo largo y ancho del continente americano. La mía fue una lectura íntima del libro en dos sentidos. Por un lado, está la familiaridad que, como investigadora, tengo con el tema, e incluso con los proyectos científicos examinados y con algunos de los personajes entrevistados por Abel. Sin embargo, a lo largo de la lectura esta familiaridad se trastocó porque el análisis de la autora y su enfoque lograron volver extraños otra vez esos temas y personajes, enseñándome cosas nuevas e invitándome a repensar algunos presupuestos metodológicos de mi propio trabajo. Mi lectura fue íntima también en el sentido de que, por más distancia que he guardado como observadora del fenómeno de la genómica, hay algo inevitablemente personal que todas traemos al encuentro con estas tecnologías. Y por eso me voy a valer de una memoria de adolescencia como un estímulo para la lectura y el análisis del libro de Abel.

Aún recuerdo la repentina bajada de temperatura en la mitad de la noche, mientras viajábamos en tren por el desierto de Durango (que imagino no muy distinto del desierto de Sonora, que también cubre el sur y el centro de Arizona: los desiertos, como los genes, no se detienen ante muros o vallas fronterizas). También recuerdo la fastidiosa inspección de pasaportes en Ciudad Juárez, la arbitraria frontera. Y el exhaustivo interrogatorio: “¿Qué hay en las cajas?” “¿Tienen familia en los Estados Unidos?” “¿Dónde se van a quedar?” “¿Dónde aprendieron a hablar inglés?” Alienadas y confiadas, mi madre y yo llegamos. Nuestros cuerpos aún se balanceaban imitando el movimiento del tren en el que habíamos pasado veintidós horas. Al otro lado llegamos.

Pero nuestro destino en el norte de California seguía a 1600 km de distancia. Viajé por primera vez en un autobús Greyhound durante otras veinte horas en el inclemente calor del verano desde El Paso (Texas) hasta Bakersfield (California). Ya era de noche cuando mi padre —que trabajaba en una organización sin fines de lucro que ofrecía asistencia jurídica a inmigrantes mexicanos— nos recogió en lo que podría haber sido un Ford Topaz de color marrón. Las cajas de mi madre, llenas de ollas de barro y trajes tradicionales —eran para enseñar la cultura mexicana, le había dicho al agente de inmigración—, apenas cabían en el maletero del coche. No llegamos desnudas/ Nuestras tradiciones/ Costumbres viejas y nuevas/ Nos visten y distinguen. 1 Fragmento del poema From Legendary Roots/De legendarias raíces de Alba Nora Martínez, 2023. El departamento de Porterville, el pequeño poblado donde residiríamos, estaba a esas alturas de la travesía muy cerca. A sólo una hora de distancia. Mi hermana mayor se había adaptado bien, incluso había sido coronada reina del Cinco de Mayo. No emigramos por placer/ Siempre hay una razón.2 Fragmento de From Legendary Roots/De legendarias raíces. Habíamos viajado durante tres días a través de dos países para mantener unida a la familia.

Empecé las clases en una enorme escuela secundaria pública con campos de fútbol de un verde que sólo había visto en la televisión por cable. Una mañana, al llegar al colegio, un chico de mi clase me hizo esta pregunta: “Are you white or are you Mexican?” “¿Eres blanca o eres mexicana?” Nunca había oído una pregunta así. Tenía un pasaporte como prueba de que era mexicana, pero ¿el chico realmente me estaba preguntando por mi nacionalidad? ¿Realmente me estaba preguntando por el color de mi piel? Los dos hablábamos inglés y español, pero él dijo que mi inglés era “correcto” y que mi español no era “mexicano”. ¿Acaso venía de Nuevo México o de España? Estas preguntas me generaron otras. ¿En qué mesa me sentaría en la cafetería del colegio? ¿Qué casillas marcaría en los formularios del estado? ¿Era hispana, era latina? ¿Cuál era mi marca?

De haber estado disponibles en 1989, y ante mi perplejidad a su pregunta, el chico quizá me habría sugerido realizarme una prueba de ancestría como las que han usado algunos agentes fronterizos para decidir a dónde deportar a los migrantes detenidos. Una prueba purificadora de las señales confusas —apariencia, acento, color de piel, capacidad para conjugar verbos irregulares— que el chico estaba recibiendo. Una prueba capaz de clasificar adolescentes en filipinos, mexicanos y americanos blancos. Al menos así es como se distribuían las mesas de la cafetería en esa escuela. Pero el año que viví en el Valle de San Joaquín, el corazón agrícola de California, fui a la vez blanca y mexicana, y también ninguna de las dos cosas. Y eso evidentemente sucedió no porque no tuviera una prueba que arbitrara mi identidad, sino porque la identidad es contingente, cambia en el tiempo y, de manera crucial, depende de cómo se habiten las categorías identitarias que se tengan al alcance.

Europeo, amerindio y africano son categorías de escala continental y son las que ofrecían los análisis de ancestría de la década pasada. De ahí que mi resultado, generado en el contexto mexicano del proyecto Candela (que también estudió Sarah Abel en Brasil), arrojara los siguientes resultados: 29.6 % de ancestría amerindia, 67.3 % de ancestría europea del sur y 3.1 % de ancestría africana del este. ¿Por qué europea del sur y africana del este? Porque ésas son las bases de datos de referencia que se consideraron relevantes y con las que se comparó mi muestra. Eran las categorías que se tenían al alcance. De haber tenido estos resultados hace 35 años en Porterville, habríamos concluido quizás que yo era blanca (dado el alto porcentaje de ancestría europea). Pero lo mismo habríamos concluido que era mexicana, dado que mis resultados confirman el modelo tri-híbrido de mestizaje europeo, amerindio y africano en el que se basa el mito fundador de la nación mexicana.

Las controversias en torno a cómo interpretar esos resultados y el tipo de extrapolaciones que se consideran válidas en un contexto específico las documenta bien Abel en los primeros dos capítulos (“Geno-Myths” y “The Geneticist’s Dilemma”). La autora identifica el dilema de los genetistas: los investigadores brasileños y norteamericanos que entrevistó se empeñan en distinguir sus propios análisis de ancestría de los que se ofrecen comercialmente. Pero, a la vez que critican a las compañías por entregar resultados que exageran lo que la ciencia puede decir acerca de los orígenes de los donadores, entregan a los participantes de sus proyectos reportes similares y también personalizados (como el de Candela que yo recibí). Es decir, hay técnicas y herramientas, hay incluso bases de datos de referencia que los investigadores y las compañías comparten y que hasta cierto punto constriñen lo que se puede hacer y la manera de mostrarlo. Pero las tecnologías de adn son indóciles, y se resisten a ser utilizadas de una sola manera.

En los casos que analiza Abel hay también un ethos antirracista compartido, si bien éste se presenta con lenguajes y objetivos diferenciados. En Estados Unidos se busca determinar mediante análisis genéticos los orígenes étnicos de los descendientes de esclavos africanos para contribuir a la restitución de su historia. Mientras, algunas compañías promueven sus servicios con mensajes edificantes acerca de la hermandad entre los grupos humanos bajo el entendido de que las pruebas de ancestría pueden ser un antídoto para las ideologías racistas, biologicistas y esencialistas de la identidad. (Espóiler: los nacionalistas blancos están entre los principales consumidores de servicios de genética, que usan con el fin de corroborar su “pureza” racial.) Y en Brasil, el auge de las pruebas de ancestría ocurre en medio de una controversia política en torno a la designación de cuotas raciales para el ingreso a las universidades federales. Uno de los aciertos del libro es que, a través de entrevistas con donadores de muestras, Abel se mete en los intersticios de estos objetivos y motivaciones para revelar los esquemas múltiples y superpuestos dentro de los cuales los participantes se realizan las pruebas e interactúan con sus resultados.

La miríada de trabajos en los que se apoya Abel, muchos de ellos publicados en la primera década del siglo xxi, mostraban que los intentos por dar cuenta de la diversidad humana y atribuirle un número —un porcentaje de ésta o de aquella ancestría— se presentaban ya como la prueba genética de la consanguineidad o de la diferencia imaginadas. Esos trabajos generaron también una especie de truismo según el cual los análisis de ancestría no desvelaban para sus usuarios verdades incógnitas, sino que proveían información que se acomodaba o no a sus historias nacionales y familiares y a sus expectativas identitarias, con objetivos y anhelos fluctuantes. Abel encuentra que, “por regla general, las identidades no suelen ser puras y rígidas, sino más bien polifacéticas y cambiantes —cualidades que a veces pueden quedar enmascaradas por denominaciones étnicas” (p. 69) del tipo que usan las más recientes pruebas, renombradas “de etnicidad genética”. Abel reconoce estas cualidades, aporta datos contextuales y se suma a estas interpretaciones, pero lleva su análisis más lejos y en otras direcciones.

Los trabajos anteriores al de Abel se habían enfocado en proyectos globales o nacionales (como el proyecto genográfico 3 Human Genome Diversity Project. An Ethnography of Scientific Practice (M’charek 2005); Race to the Finish: Identity and Governance in an Age of Genomics (Reardon 2005). y el proyecto genómico de Islandia,4 Anthropology and the New Genetics (Pa´lsson 2007). por mencionar sólo un par). Hubo también proyectos regionales, como el de Raza, genómica y mestizaje en América Latina, en el que participé con un grupo de colegas, y que analizaba los esfuerzos de mapeo poblacional en México, Colombia y Brasil en clave comparativa, así como la manera en la que sus resultados eran recibidos por los locales.5 Algunos textos derivados de esta investigación son Genómica mestiza (López Beltrán et al. 2017) y “¿De qué me ves cara?” (Nieves Delgado, García Deister y López Beltrán 2017). En 2010, Brasil aún se describía como una democracia racial, en oposición a los Estados Unidos. Kent, Ventura Santos y Wade 2014Kent, Michael, Ricardo Ventura Santos y Peter Wade, 2014, “Negotiating Imagined Genetic Communities: Unity and Diversity in Brazilian Science and Society”, American Anthropologist, vol. 116, no. 4, pp. 736-48. https://doi.org/10.1111/aman.12142
, un trabajo sobre los análisis de ancestría en ese contexto —y que cita ampliamente Abel— contribuyó a desmitificar esa afirmación.6 Kent, Ventura Santos y Wade 2014; Kent y Wade 2015. Pero para nuestro grupo de investigación, y aun a la luz de estos resultados, había buenas razones para resistirnos al análisis comparativo entre un país latinoamericano y los Estados Unidos. El principal era que advertíamos el riesgo de imponer la razón racial activa en los Estados Unidos, con todas sus categorías identitarias, en el contexto brasileño o mexicano o colombiano, ignorando sus historias particulares de colonización y mestizaje.

Abel estableció un enfoque comparativo para trabajar en el que, sin adoptar la dicotomía de un Norte racialmente segregado y no mezclado frente a un Sur mezclado y armonioso —la cual podía hacer que pasara por alto las similitudes matizadas en cómo se experimentan y entienden la raza y el racismo en ambas regiones—, buscó “atenuar los efectos polarizadores de la comparación llamando la atención sobre las dimensiones transnacionales de los discursos científicos, políticos y activistas sobre la raza y mostrando cómo los diversos esquemas raciales tienden a solaparse e interactuar en cualquier lectura de los datos genómicos” (pp. 13–14). Esta metodología se sustentó en una observación acuciosa del campo: aunque la categoría “negro” se introdujo en los censos brasileños a finales de los años noventa, son las generaciones más jóvenes las que se identifican con ella; y el contacto cultural entre Estados Unidos y Brasil ha hecho cada vez menos extraños los esquemas birraciales blanco/negro que en Brasil coexisten con la idea nacionalista del mestizaje. Es decir, la comparación sin imposición era posible, y le permitió a Abel reconocer no sólo las diferencias, sino también las similitudes entre las experiencias de quienes se practican las pruebas de ancestría en Brasil y en Estados Unidos, y especialmente de quienes se identifican con categorías al menos nominalmente equivalentes, como black/negro.

Los resultados de esta comparación se ofrecen en los capítulos 3 y 4 (“Tech­nologies of the Self” y “Marked Bodies”). Si en Brasil un resultado con alto porcentaje de ancestría africana proveía para una participante de Candela una confirmación objetiva de su negritud, esta maniobra de hacer discreta la diversidad continua no encajaba muy bien con las concepciones brasileñas del “color”, que remiten a identidades fluidas, relacionales y siempre mediadas por la cultura —en este caso, afrobrasileña—. La disociación entre “color” y ancestría genómica también llevó a algunos participantes a cuestionar la confiabilidad de los marcadores de ancestría, pues alguien que se identifica como “parda” o como “morena” podía tener un alto porcentaje de linaje europeo.

Si en Brasil las motivaciones y los encuentros con los resultados de las pruebas orientaban a los participantes en cómo asumir su negritud en un contexto de mestizaje (y, al mismo tiempo, sus historias personales orientaban la lectura de sus resultados de ancestría), en Estados Unidos las motivaciones por hacerse pruebas de “etnicidad genética” —y, sobre todo, los esfuerzos de reclutamiento de participantes “African American”— remitían a la genealogía y al derecho a conocer las historias de origen que les fueron arrebatadas. Los kits gratuitos que la compañía 23andMe —una de las más prósperas de la industria— repartió entre esta población en 2011 sembraron en muchos el interés por indagar más en sus orígenes, al tiempo que diversificaron y robustecieron la plataforma. (Una crítica común, y también una característica de las bases de datos de la genómica para uso genealógico, es que presentan una sobrerrepresentación de poblaciones que se autoclasifican como blancas.) Esto también expandió el nicho del mercado: la genealogía es, a nivel mundial, el segmento de la genética humana que crece con mayor velocidad.

Quienes en Estados Unidos se sometieron a las pruebas de etnicidad con el ánimo de indagar en sus orígenes africanos contrastaban las categorías con las que navegaban en un contexto racial dominado por la regla de “una sola gota” (según la cual cualquier persona con un solo antepasado de ascendencia negra se considera negra) con los valores de los resultados. Para un chico, la presencia de un 14 % de ancestría italiana no anulaba su identificación como “negro, africano americano, hijo de la diáspora africana o negro americano”. En otro caso, la presencia de un 57 % de ancestría africana, 42 % de europea y 1 % de asiática en los resultados de una chica la autorizaban a presentarse como una persona orgullosamente mezclada, a pesar del color oscuro de su piel. A la pregunta que le hizo Abel sobre cómo se identificaba después de conocer sus resultados, ella dijo que oscilaba entre “africana-americana” y “africana y europea”.

Así, en términos comparativos, la autora desempacó los significados de la negritud y de la mezcla para los participantes. “Lo que observé durante mi investigación”, escribe Abel, fue que:

los marcadores de ancestría del adn no han sustituido simplemente a los marcadores epidérmicos, ni la raza ha perdido relevancia en los últimos 20 años como forma de entender las divisiones y desigualdades sociales. Por el contrario, los marcadores de adn funcionan a menudo como un guion paralelo —a un lado de o en contradicción con— las experiencias encarnadas de racismo e identidad. (p. 17)

Es importante leer este libro tomando en cuenta las narrativas que se generan a partir de estos guiones, considerando su pasado y su presente (véase el capítulo 5, “Essential Origins”) en interacción también con los guiones que siguen las otras marcas: las marcas registradas de las empresas comerciales que localizan y administran los marcadores (¿permanentes?) de los cuerpos y que han transnacionalizado la etnicidad en el idioma de la genética, interviniendo tanto en el mercado como en las identidades personales y colectivas, al igual que en la ciencia. En suma, este libro nos invita a deshacernos de las oposiciones fáciles entre buena ciencia y economía perversa, entre raza biológica y raza como constructo social, para abrazar la complejidad de la identidad biocultural contemporánea, con todas sus contradicciones. Por último, como sostiene Abel en el epílogo, somos “organismos históricamente modificados” y lo seguiremos siendo. Se trata de un libro importante para nuestros tiempos.

Para terminar, tengo una sola observación crítica del libro que de ningún modo demerita su contribución, pues toca un tema tangencial, aunque de todas formas me siento obligada a mencionar. Tiene que ver con la aplicación forense de plataformas como 23andMe o AncestryDNA. En la página 113 del tercer capítulo Abel afirma lo siguiente:

En los últimos años han surgido casos de bases de datos de pruebas genéticas de ancestría directas al consumidor utilizadas por las fuerzas de seguridad para investigar casos sin resolver. Los perfiles de adn se cargan en las plataformas y las coincidencias genéticas y genealógicas generadas automáticamente entre los clientes existentes pueden proporcionar pistas adicionales para identificar a un sospechoso o a una persona desaparecida.

Otros autores 7 Wickenheiser 2019. han mostrado que los árboles genealógicos que han contribuido a la identificación de un sospechoso (no todos los árboles genealógicos son útiles en este sentido) son procesos de tres fases y doce pasos que requieren de un alto grado de conocimiento experto en bioestadística. Es decir, los árboles útiles no se generan de manera automática, sino sólo por personas expertas en genealogía que saben interpretar los datos genéticos. Y la noción de “identificación” de un sospechoso también debe matizarse, pues la tarea epistémica que se le asigna a la genealogía forense es la de orientar la investigación sólo cuando las técnicas tradicionales han fracasado. De ningún modo conduce directamente a la identidad de una persona de interés y, de hecho, se requiere de otras evidencias, inferencias y pruebas para finalmente dar con la identidad del sospechoso. En todo caso, la mención de estas aplicaciones en el libro de Abel apunta a algo importante: cada vez hay una mayor convergencia entre las técnicas, herramientas e infraestructuras de los ámbitos biomédico, genealógico y forense de la genética. La separación material, metodológica y, por consiguiente, también económica y regulatoria que antes existía se está borrando. Será importante seguirle la marca a esto también.

Notas

 
1

Fragmento del poema From Legendary Roots/De legendarias raíces de Alba Nora Martínez, 2023.

2

Fragmento de From Legendary Roots/De legendarias raíces.

3

Human Genome Diversity Project. An Ethnography of Scientific Practice (M’charek 2005M’charek, Amade, 2005, The Human Genome Diversity Project. An Ethnography of Scientific Practice, Cambridge University Press, Cambridge. https://doi.org/10.1017/CBO9780511489167
); Race to the Finish: Identity and Governance in an Age of Genomics (Reardon 2005Reardon, Jenny, 2005, Race to the Finish. Identity and Governance in an Age of Genomics, Princeton University Press, Nueva Jersey.
).

4

Anthropology and the New Genetics (Pa´lsson 2007Pálsson, Gísli, 2007, Anthropology and the New Genetics, Cambridge University Press, Cambridge.
).

5

Algunos textos derivados de esta investigación son Genómica mestiza (López Beltrán et al. 2017López Beltrán, Carlos, Peter Wade, Eduardo Restrepo y Ricardo Ventura Santos (comps.), 2017, Genómica mestiza: Raza, nación y ciencia en Latinoamérica, Fondo de Cultura Económica, México.
) y “¿De qué me ves cara?” (Nieves Delgado, García Deister y López Beltrán 2017Nieves Delgado, Abigail, Vivette García Deister y Carlos López Beltrán, 2017, “¿De qué me ves cara?: Narrativas de herencia, genética e identidad ins­critas en la apariencia”, Revista de Antropología Iberoamericana, vol. 12, no. 3, pp. 313-337. http://doi.org/10.11156/aibr.120303
).

6

Kent, Ventura Santos y Wade 2014Kent, Michael, Ricardo Ventura Santos y Peter Wade, 2014, “Negotiating Imagined Genetic Communities: Unity and Diversity in Brazilian Science and Society”, American Anthropologist, vol. 116, no. 4, pp. 736-48. https://doi.org/10.1111/aman.12142
; Kent y Wade 2015Kent, Michael y Peter Wade, 2015, “Genetics against Race: Science, Politics, and Affirmative Action in Brazil”, Social Studies of Science, vol. 45, no. 6, pp. 816-38. https://doi.org/10.1177%2F0306312715610217
.

7

Wickenheiser 2019Wickenheiser, Ray A., 2019, “Forensic Genealogy, Bioethics and the Golden State Killer Case”, Forensic Science International: Synergy, vol. 1, pp. 114-125. https://doi.org/10.1016/j.fsisyn.2019.07.003
.

Referencias bibliográficas

 

Kent, Michael, Ricardo Ventura Santos y Peter Wade, 2014, “Negotiating Imagined Genetic Communities: Unity and Diversity in Brazilian Science and Society”, American Anthropologist, vol. 116, no. 4, pp. 736-48. https://doi.org/10.1111/aman.12142

Kent, Michael y Peter Wade, 2015, “Genetics against Race: Science, Politics, and Affirmative Action in Brazil”, Social Studies of Science, vol. 45, no. 6, pp. 816-38. https://doi.org/10.1177%2F0306312715610217

López Beltrán, Carlos, Peter Wade, Eduardo Restrepo y Ricardo Ventura Santos (comps.), 2017, Genómica mestiza: Raza, nación y ciencia en Latinoamérica, Fondo de Cultura Económica, México.

M’charek, Amade, 2005, The Human Genome Diversity Project. An Ethnography of Scientific Practice, Cambridge University Press, Cambridge. https://doi.org/10.1017/CBO9780511489167

Nieves Delgado, Abigail, Vivette García Deister y Carlos López Beltrán, 2017, “¿De qué me ves cara?: Narrativas de herencia, genética e identidad ins­critas en la apariencia”, Revista de Antropología Iberoamericana, vol. 12, no. 3, pp. 313-337. http://doi.org/10.11156/aibr.120303

Pálsson, Gísli, 2007, Anthropology and the New Genetics, Cambridge University Press, Cambridge.

Reardon, Jenny, 2005, Race to the Finish. Identity and Governance in an Age of Genomics, Princeton University Press, Nueva Jersey.

Wickenheiser, Ray A., 2019, “Forensic Genealogy, Bioethics and the Golden State Killer Case”, Forensic Science International: Synergy, vol. 1, pp. 114-125. https://doi.org/10.1016/j.fsisyn.2019.07.003