A partir del interés en los discursos en su proceso mismo de formación y del contraste entre los discursos oficiales y los disidentes, prestar atención a la historia pública y monumental conduce de manera inevitable a pensar el patrimonio como una materialización controversial de la memoria colectiva, pues estos objetos son depositarios de diferentes niveles de lectura y capas de temporalidad. A su vez, la reflexión sobre las distintas experiencias de la temporalidad o narrativas superpuestas en la materialidad misma de los monumentos empuja a examinar la lógica conmemorativa y a revisar críticamente las consecuencias del presentismo en nuestra relación con el pasado. En efecto, parecería que, dada la resistencia material de la piedra o del bronce, los monumentos históricos se concibieron con la certeza de su inmutabilidad. Sin embargo, es precisamente esa inmutabilidad, así como esa exposición y excesiva visibilidad en el espacio público, las que los convierten en entes vulnerables, pues ya sea convertidos en capital turístico o en objetos de la frustración e ignominia pública, se enfrentan irremediablemente al devenir del tiempo.
En el contexto de la explosión de las memorias del último medio siglo, generalmente de las memorias traumáticas y de la violencia, 2 Incluyo en este medio siglo el auge de la literatura testimonial, los memoriales y la fundación de instituciones y museos de la memoria. es interesante observar cómo la lucha por ganar el espacio público y representar la memoria colectiva, que se remonta al siglo xix y al fenómeno de la estatuomanía, se vuelve hoy un tema candente e invita a preguntarnos sobre el abuso memorialístico y la (im)posibilidad de una memoria consensuada, democrática. Sin embargo, este texto ofrece más interrogantes que respuestas en torno a la relación entre la memoria y el patrimonio, y de ahí la imagen que el título sugiere. Según Éxodo 32:4, mientras Moisés se hallaba en el monte Sinaí el pueblo israelita rindió culto a un bovino debido a la ausencia prolongada de su líder, posiblemente como recuperación del culto a este tipo de deidades propias de Oriente Próximo, Egipto y Persia. Cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la ley, manifiesta también su intención de castigar y exterminar a los israelitas por desviarse del culto y, pese a ser Moisés quien lo disuade, éste mismo acaba destruyendo la estatua del becerro y castigando con la muerte a sus hermanos, escandalizado por el alcance del hecho y por el contagio emocional que el símbolo había conseguido despertar. Este relato lleva inevitablemente a pensar que Moisés estaba destruyendo el vínculo con el pasado del pueblo judío y, por lo tanto, la memoria de su servidumbre en Egipto, pues el becerro bien podría representar parte de un legado adquirido y borrarlo significaría, a partir de entonces, fabricar un relato esencialista en el que las sociedades se mantienen inmutables. Al mismo tiempo, el relato bíblico también se podría interpretar a la luz de las recientes teorías decoloniales para convertir el gesto del profeta en un acto de emancipación. Independientemente de ello, los múltiples becerros erigidos a lo largo de la historia ponen de manifiesto la dimensión afectiva de lo político, en la que la historia pública es una materialización de una mentalidad y estructura de sentimientos, así como de una intencionalidad política particular. Pero, pese a que son una instrumentalización afectiva, estos objetos del espacio público pierden, con el paso del tiempo, la fuerza simbólica y el arraigo emocional que alguna vez despertaron, a la vez que pueden llegar a despertar afectos adversos.
Esta reflexión sobre la relación controvertida entre la historia pública, la memoria y el patrimonio abordará el tema de la memoria del pasado colonial latinoamericano y, en particular, a la figura de Cristóbal Colón, cuyas efigies han sido objeto de debates y expresiones desmonumentalizadoras, en especial después del quinto centenario de su llegada a América, lo que ha provocado que sean reemplazadas o destruidas en varias ciudades del continente. En primer lugar, el ensayo ofrece una breve aproximación a la historia monumental que da cuenta del presente en el que se erigieron algunas efigies colombinas, y reflexiona sobre su sentido original en relación también con algunas fórmulas de representación. Después, la segunda sección se enfoca en la reciente ola desmonumentalizadora y plantea, de forma general, la influencia del presentismo y de nuestra cultura visual y, en especial, el contagio emocional que se intensifica a través de las redes sociales en el fenómeno impugnatorio contra Colón. Con la defensa del valor y potencial crítico de toda ruina, la tercera sección propone algunas herramientas teóricas para pensar la relación con el pasado, como el concepto iconoclash de Bruno Latour o las reflexiones sobre el archivo y el repertorio de Diana Taylor, y aboga por intervenciones de corte artístico en la revalorización crítica de los monumentos. Una cuarta sección ofrece un balance de las secciones anteriores al reflexionar sobre el patrimonio como acto colectivo y el equilibrio entre la pujanza histórica y ahistórica, a la vez que sospecha de la capitalización cultural del disenso. En general, el artículo busca contribuir al debate sobre la ola desmonumentalizadora a raíz del cuestionamiento (pos)colonial estableciendo nuevas alianzas teóricas y conceptuales para pensar el culto a las imágenes y la actualidad de un pasado que se resiste a pasar.
Aproximación a la historia monumental
⌅Inmediatamente
después de las independencias americanas se produjo, como diría Rafael
Pineda, una verdadera industrialización de la epopeya independentista
que motivó el develamiento de monumentos a los distintos líderes,
próceres y padres de la patria (Pineda 1983Pineda, Rafael, 1983, Las estatuas de Simón Bolívar en el mundo, Centro Simón Bolívar, Caracas.
).
Se trató de un proceso marcado por la definición de lo nacional, así
como por la proyección de una idea de progreso muchas veces inspirado en
el modelo europeo. Es también en la segunda mitad del siglo xix que se materializa la filiación, simpatía y admiración entre el norte y
el sur del continente a través del intercambio de estatuas de próceres,
como fue el caso de una estatua de George Washington obsequiada a
Caracas en 1883 y retribuida con un monumento de Simón Bolívar para el
Central Park de Nueva York de Rafael de la Cova y Eloy Palacios
inaugurado en 1884, hoy desaparecido. Esta simpatía ocultaba muchas
veces intereses geopolíticos que se manifestaron de manera poco
elegante, como fue el caso, tras la independencia cubana, del
emplazamiento de una estatua de la libertad en el pedestal que otrora
ocupó Isabel II en el Paseo del Prado (hoy Parque Central) de La Habana
pese a los resultados favorables de la consulta de El Fígaro para
el emplazamiento de un monumento a José Martí. Ironías de la historia,
un ciclón arrancó dicha estatua de su pedestal en 1903 y con ello
permitió la inauguración del monumento a Martí en 1905. Esta pugna
monumental fue la materialización de la trifulca política debido a la
inclusión de la Enmienda Platt en la constitución de 1901, la cual
hipotecaba las acciones del gobierno cubano a la posible intervención
estadounidense. Esta fraternidad y recelo entre el Norte y el Sur fue
también la que alimentó la proliferación de la estatuaria colombina.
Pese
a haber perdido la mayoría de sus colonias americanas, España levantó
sus monumentos a Colón durante el cuarto centenario en un intento por
recuperar la narración cientificista y españolizar su figura, un gesto
característico de la Europa nacionalista decimonónica, ávida de
demostrar su superioridad cultural y tecnológica (Carrillo 2021Carrillo, Jesús, 2021, “Derribar las estatuas de Colón”, ctxt. Contexto y Acción, no. 270. https://ctxt.es/es/20210301/Firmas/35353/derribo-estatuas-Colon-racismo-colonialismo-blanquitud-Jesus-Carillo.htm
); una superioridad que se fomentó con el encargo de
las obras monumentales a artistas europeos, lo que dotaba a los
proyectos con un “aura de civilización” (Vanegas Carrasco 2020, p. 73Vanegas
Carrasco, Carolina, 2020, “‘Estatuomanía’ en América Latina.
Aproximaciones a la escultura conmemorativa de fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX”, Arquitextos, año 27, no. 35, pp. 67-82. https://doi.org/10.31381/arquitextos35.3892
). En vista de este tira y afloja, es necesario
recordar que es, sin embargo, el republicanismo independentista
americano el que celebraba la figura del almirante en un ejercicio de
construcción de memoria colectiva e identidad para las jóvenes
repúblicas. Así, la elección de Colón como símbolo de cohesión colectiva
se entiende al considerar las tensiones geopolíticas del momento. No es
tampoco baladí el hecho de que fueran, en muchos casos, las comunidades
de residentes de origen italiano las que iniciaran los proyectos
monumentales colombinos. Al mismo tiempo, es en el contexto del cuarto
centenario que tanto España como Estados Unidos se disputan la
influencia y tutela de las nuevas naciones. En cierto modo, Colón
representaba la consolidación del origen europeo y la latinidad de las
naciones hispanoamericanas en oposición a los intereses de Estados
Unidos. Lejos de conmemorar el imperialismo o el colonialismo, aunque es
cierto que se le pueda reprochar cierta retórica civilizatoria, en
estos monumentos primaba el hito náutico, la fraternidad panamericana,
el orgullo italiano o hispano e incluso la fe y evangelización
americana. En este contexto de búsqueda de sentido por parte de los
Estados nacientes se hizo necesario recurrir a un símbolo que articulara
lo colectivo. Y, pese a que la figura de Colón no había sido hasta
entonces conmemorada, a mediados del siglo xix se la interpretó como un “agente benefactor” (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 78Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
). En ella se conjugaron valores universales y modernos, lo que puede considerarse un “triunfo” político de la época (p. 81Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
). En muchos casos, esta universalidad se reforzó,
como en el Colón inaugurado en 1862 en el Palacio de los Capitanes
Generales en La Habana, con la utilización de mármol de Carrara,
material consagrador dentro de la historia del arte y que prácticamente
constituye un agravante en el caso de ser destruido.
Ahora bien,
la globalidad colombina debe matizarse, pues el sentido político de cada
monumento varía en función de las dimensiones nacionales y locales, y
responde a criterios institucionales, jurídicos, urbanísticos y
folclóricos (Vanegas Carrasco 2020Vanegas
Carrasco, Carolina, 2020, “‘Estatuomanía’ en América Latina.
Aproximaciones a la escultura conmemorativa de fines del siglo XIX y
comienzos del siglo XX”, Arquitextos, año 27, no. 35, pp. 67-82. https://doi.org/10.31381/arquitextos35.3892
). Vemos así que, entre las diferentes
representaciones, Colón se encuentra habitualmente de pie sobre un globo
terráqueo, señalando el horizonte y sosteniendo cartas de navegación
con la otra mano; o, en gesto evangelizador, rodeado de las figuras de
cuatro misioneros e indígenas abrazando la fe. No tuvieron la misma
fortuna otros “descubridores” y fundadores, ni mucho menos los
conquistadores, cuya presencia en América raras veces se proyectó. Un
caso paradigmático sería la escultura de 1935, ya retirada de la Plaza
Mayor en Lima, de Francisco Pizarro.
3
Rodrigo
Gutiérrez Viñuales recoge la polémica generada por el retiro citando la
protesta de Mario Vargas Llosa en su artículo para El País, “Los
hispanicidas”, donde acusa al alcalde de Lima de demagogo por sostener
“la postura de que en lugar de Pizarro habrían de colocarse las banderas
del Perú, de Lima y del Taguantinsuyo”, dado que no sólo sería una
ficción, sino que además excluiría a otras culturas indígenas (Gutiérrez Viñuales 2004, p. 206).
Aun así, aunque más tarde y ya entrado el siglo xx,
la presencia de los conquistadores fue incorporándose al espacio
público latinoamericano, como fue el caso de la inauguración del
monumento a Pedro de Valdivia en Santiago de Chile en 1962 ofrecido por
la comunidad española en el país para el centésimo quincuagésimo
aniversario del Primer Gobierno Nacional, monumento que se fabricó con
el bronce fundido de dos cañones del ejército español (Gutiérrez Viñuales 2004, p. 202Gutiérrez Viñuales, Rodrigo, 2004, Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica, Cátedra, Madrid.
).
No debe olvidarse tampoco que la estatuaria pública forma parte de las
políticas de transformación urbana y sufre, al igual que el resto de la
ciudad, las modernizaciones pertinentes, lo que conlleva rotaciones y
remociones. Es decir, los lugares del emplazamiento han sido “atacados”
permanentemente a lo largo de la historia (p. 34Gutiérrez Viñuales, Rodrigo, 2004, Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica, Cátedra, Madrid.
).
Y, pese a que ha habido ejercicios de variación formal coherentes con
una modernización progresiva que ha llevado a la “liberación” del
monumento, perdiendo la verja y la altura del pedestal, no siempre la
respuesta pública ha acompañado a la innovación. De ahí que, ante
diversas vandalizaciones, en algunos lugares se ha optado por la
restitución del cercado de hierro o incluso el establecimiento de
estructuras de metacrilato para proteger a los monumentos.
A
propósito del significado del pedestal como elemento consagrador,
Rodrigo Gutiérrez Viñuales nos ofrece un repaso histórico de los
elementos de la estatuaria pública, no sólo del pedestal, sino también
de los relieves que acompañan un monumento, y cuya supervivencia a lo
largo de siglo y medio se hace prescindible y, tras el horror de la
Primera y la Segunda Guerra Mundial, impensable (Gutiérrez Viñuales 2004, pp. 29–30Gutiérrez Viñuales, Rodrigo, 2004, Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica, Cátedra, Madrid.
).
Aun así, en América Latina este proceso de abandono se produjo de forma
más lenta debido a una “sobrevalorización del pedestal” (Gutiérrez Viñuales 2004, p. 30Gutiérrez Viñuales, Rodrigo, 2004, Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica, Cátedra, Madrid.
)
e incluso hoy somos testigos de develamientos que mantienen tipologías
decimonónicas, como es el caso del controvertido complejo monumental a
Simón Bolívar y Hugo Chávez inaugurado en 2017 en La Guaira. Lo que está
claro es que, sin pedestales, no se producirían las imágenes fuertes o
icónicas de remociones de las últimas décadas, pues su potencia se
deriva de la “inversión del sentido original del dispositivo que las
puso de pie” (Masotta et al. 2021Masotta, Carlos et al.,
2021, “Comentarios del debate Carlos Masotta, Paolo Vignolo, Lucía
Durán, Ella F. Quintal y Esteban Krotz, Claudio Alvadaro Lincopi y
Ivette Quezada Vásquez, Javiera Bustamante Danilo, José Guilherme Cantor
Magnani, Andrés Góngora”, Corpus, vol. 11, no. 1. https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.4783
).
Pese a que la escultura monumental colombina sirvió a las necesidades políticas de legitimación nacional, es en el transcurso del siglo xx que la devoción se vuelve problemática y, en ocasión esta vez del quinto centenario, se produce una fractura definitiva. Posiblemente a raíz de las teorías y debates de corte decolonial, se ha creado un marco antagónico revisionista que no deja espacio a la neutralidad, en la medida en que, tal y como afirman, la colonialidad trasciende todas las esferas del poder, del saber y del ser. A diferencia del pensamiento poscolonial, que surge de las experiencias asiática y africana, la decolonialidad afirma ser un pensamiento propositivo, esto es, no sólo reflexivo en relación con los modelos neocoloniales, sino promotor de un pensamiento subversivo y epistémicamente desobediente. Hay, por lo tanto, una voluntad de sustituir relatos hegemónicos con la recuperación de historias subalternas, de practicar de manera consciente una memoria selectiva cuyo foco de atención no esté en las figuras dominantes de los relatos historiográficos. Sin embargo, enjuiciar los monumentos colombinos al leerlos como símbolos de una colonialidad latente se torna cuando menos paradójica, pues, de acuerdo con su contexto de producción, éstos representaban justamente una pugna geopolítica con Estados Unidos y un reconocimiento de la herencia europea y la filiación cultural e identitaria entre América del Sur y Europa.
Además,
este cuestionamiento decolonial rara vez ha sido proyectado sobre otras
figuras de la simbología identitaria nacional a no ser que su “proeza”
estuviera ligada al exterminio directo de comunidades indígenas, repleta
de próceres de las guerras de independencia que no dejan de representar
unos intereses políticos y económicos muy concretos igual de alejados
de los imperativos éticos de nuestros tiempos. Es quizá en el Cono Sur
donde mejor se aprecia el replanteamiento de la conmemoración, en el
contexto de la definición nacional del siglo xix,
de figuras militares cuyas acciones definieron el mapa moderno, como
ocurrió durante el estallido chileno de 2019 en relación con el
monumento al General Baquedano. Pero se podría hablar también de otros
elementos iconográficos que abundan en el monumentalismo americano y que
beben de tradiciones europeas, como los obeliscos y los arcos de
triunfo, elementos del espacio público igualmente susceptibles de ser
analizados como productos de una colonialidad visual. De ahí que el
magnetismo de la figura de Colón contraste con la desatención de otras
figuras u objetos del orden colonial, lo que produce una “memoriabilidad
diferencial” (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 81Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
).
4
Valero Pie y Rabotnikof 2023 remiten al ensayo de Ann Rigney, “Differential
Memoriability and Transnational Activism: Bloody Sunday”, al observar la
invisibilización de la identidad de un personaje histórico por medio
del lenguaje, como ocurre con la estatua ecuestre de Carlos IV en la
Ciudad de México, denominada popularmente “El Caballito”, como si no
hubiera jinete.
Podría añadirse aquí la posibilidad de arremeter contra los monumentos de carácter indigenista levantados también en el siglo xix,
los cuales representaban a indígenas heroicos como guiños folclóricos,
con más interés en la construcción de un discurso nacionalista
neoindigenista y exotizante que iba de la mano con la incipiente
industria turística (Gutiérrez Viñuales 2004, p. 215Gutiérrez Viñuales, Rodrigo, 2004, Monumento conmemorativo y espacio público en Iberoamérica, Cátedra, Madrid.
),
como es el caso del monumento a Cuauhtémoc levantado en 1887 bajo el
Porfiriato en la Ciudad de México. La revalorización decimonónica del
pasado prehispánico tenía una intencionalidad política clara,
cuestionable desde nuestra óptica contemporánea, pero no sujeta (aún) al
escrutinio desmonumentalizador.
¿Iconoclasia del siglo XXI?
⌅El presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador exigió a España en 2019 una disculpa por los abusos cometidos durante y tras la Conquista. Si bien este reclamo se dirigió a una todavía existente institución como la Corona española, plantear el tema del perdón en referencia al pasado colonial genera interrogantes que lejos de simplificar el problema de la relación con el pasado, lo complejizan: ¿quién se erige como heredero legítimo de las víctimas y a quién se acusa como victimario?¿Es el Estado mexicano contemporáneo el legatario del estatuto de víctima o lo son las comunidades indígenas?¿Cuál es el sentido político y social de una condena institucional del colonialismo cuando estamos inmersos en un capitalismo global neocolonialista?¿Es posible enmendar un pasado que responde a otras lógicas éticas y políticas y, de ser así, qué implicaciones tendría para el presente? 5 El debate sobre la ambivalencia y la querella historiográfica respecto al pasado colonial español que recogen Manuel Burón Díaz y Emilio Redondo Carrero en “Imperofilia e imperofobia. Un balance historiográgico sobre la revisión del pasado colonial en España y América” desmuestra acertadamente cómo el concepto de “imperio” se construye como una unidad polémica, trágica y apologéticamente, que sirve en última instancia a la reflexión para la transferencia de la culpa o de la gloria al señalar el uso de la primera persona del plural, ese “nosotros”, como trampa retórica (Burón Díaz y Redondo Carrero 2023, p. 81). ¿Por qué conjugamos el verbo en primera persona del plural cuando hablamos de un pasado acontecido hace siglos? De ahí que, sin aspirar a responder estas preguntas, me interese reflexionar sobre nuestra relación con el pasado a partir de la reciente remoción de monumentos al almirante Cristóbal Colón, convertido hoy en símbolo de oprobio colonial.
Aunque el cuestionamiento a su figura ya ocurría desde la celebración del quinto centenario cuando diversas naciones americanas decidieron rebautizar la efeméride del 12 de octubre como Día del Respeto a la Diversidad Cultural, Día de la Resistencia Indígena o Día de la Solidaridad con los Pueblos Indígenas, el retiro de monumentos a Colón que se inició a comienzos del presente siglo aumentó mucho con el movimiento Black Lives Matter. La aceleración de esta crítica al pasado colonial está sin duda ligada a la inconformidad con ciertas estructuras del presente y, en su vertiente iconoclasta, de censura de imágenes e imaginarios, parece escenificar finalmente la pujanza teórica decolonial que ha ganado cada vez más peso en el espacio académico desde los ochenta, heredera a su vez de corrientes de pensamiento de los sesenta y setenta con menos arraigo global como el dependentismo, el antiimperialismo o la teología de la liberación.
A propósito de esta aceleración desmonumentalizadora, vale la pena recoger algunos episodios del subcontinente que dan cuenta de la diversidad de las respuestas institucionales ante la incomodidad que despierta hoy la figura de Colón. En Venezuela, el monumento colombino que había sido encargado por el gobierno en 1893 a Rafael de la Cova fue derribado en 2004 tras un juicio simbólico por parte de diferentes organizaciones sociales (Coordinadora Simón Bolívar, Juventudes Indígenas y Movimientos Populares) que lo acusaron de genocida y lo condenaron a ser derribado. Si bien a través de un comunicado oficial el gobierno se opuso al atentado contra la estatua, pronto aprovechó el ímpetu social para la reconfiguración simbólica del espacio urbano y eligió como contrasímbolo al cacique Guaicaipuro. En Argentina, el gobierno de Cristina Fernández de Kichner decidió retirar en 2013 la estatua de Colón de su lugar privilegiado desde 1921 detrás de la Casa Rosada arguyendo obras de restauración, pero nunca fue devuelto a su pedestal. Dado que el monumento había sido una iniciativa de la comunidad italiana para festejar, no el cuarto centenario, sino el establecimiento del primer gobierno argentino, fue finalmente declarado Monumento Histórico Nacional para preservarlo y se lo reubicó frente al Río de la Plata en 2017, y se inauguró una estatua de Juana Azurduy donada por Evo Morales detrás de la Casa Rosada en 2015, hoy también trasladada por cuestiones políticas a la Plaza del Correo. En 2018, la estatua de Colón del Paseo del Prado de La Paz amaneció vandalizada con pancartas de “genocida” y pedían su retiro, algo que el presidente boliviano no tardó en secundar. En Chile, en medio del estallido social de 2019, se destruyó la estatua de Colón en Arica, cuyos restos fueron devueltos a la comunidad italiana de ese mismo lugar para su resguardo. También en México se retiró la estatua del navegante de su pedestal en octubre de 2020, hoy salvaguardada en el Museo Nacional del Virreinato en Tepotzotlán, y se anunció poco después la utilización del pedestal para conmemorar a una mujer indígena. La torpeza de la propuesta indigenista causó tal polémica que el lugar fue finalmente tomado por varios colectivos feministas que, en septiembre de 2021, emplazaron una antimonumenta, una escultura en madera pintada en morado que representa la silueta de una mujer con el puño alzado, con lo que la plaza se rebautizó como Glorieta de las Mujeres que Luchan. En Bogotá, al igual que en Argentina, se protegió la escultura de Colón reubicándola, luego de que un grupo indígena de la etnia misak intentara derribarla en el contexto de las protestas contra Iván Duque en 2021. Si sumamos a la lista los monumentos retirados en América del Norte, el tema cobra una magnitud considerable. El Washington Post publicó que, entre 2008 y 2022, se habían retirado cuarenta estatuas de Colón en todo Estados Unidos y, pese a ello, seguía siendo el tercer hombre más monumentalizado en el país, sólo superado por Abraham Lincoln y George Washington. El argumento principal para estas acciones condenatorias ha sido el repudio de la colonización y lo que ésta supuso para la población indígena.
En
su reseña sobre los distintos posicionamientos académicos sobre el
tema, Anthony Coyle señala que la desmonumentalización de Colón es un
fenómeno de desmontaje propiciado por el presentismo, entendido éste a
partir de las reflexiones de Richard Kagan como una mirada al pasado
desde los valores morales de la actualidad (Coyle 2022Coyle, Anthony, 2022, “De dónde viene el amor y el odio hacia Cristóbal Colón”, National Geographic, 11 de octubre de 2022. Cristobal Colón: ¿por qué es una figura tan controvertida? | National Geographic
).
En cierto modo, de acuerdo con esa definición y desde la perspectiva de
la historia, el presentismo siempre define la mirada al pasado, pues es
en función de las preocupaciones contemporáneas que se estudian,
analizan e historiografían determinados temas y objetos pretéritos.
Desde esta óptica, la preservación de los monumentos de Colón es
necesaria para comprender por qué fueron erigidas; se les concede, por
lo tanto, un uso arqueológico. No obstante, el fenómeno de impugnación
histórica no consiste en un reconocimiento, desde las necesidades del
presente, del alejamiento moral con un presente ya pretérito. A partir
de la reflexión sobre los regímenes de historicidad que propone François
Hartog, el presentismo se impone como una concepción o experiencia del
tiempo en nuestra contemporaneidad debido a una marcada subordinación
del pasado y del futuro a la categoría del presente (Hartog 2007Hartog, François, 2007, Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo, Universidad Iberoamericana, México.
).
En este sentido, y aunque Hartog no se arriesga del todo a definir o
constatar un nuevo régimen de historicidad presentista, sino que
identifica con el concepto una crisis del orden futurista moderno, dicha
experiencia presentista iría más allá del interés de la disciplina
histórica y, por lo tanto, de la historiografía, al ofrecer un trasfondo
para el pensamiento crítico sobre problemas acuciantes de nuestra
actualidad, como la desigualdad, la globalización o el cambio climático.
6
La
ambigüedad del uso de la noción de “presentismo” como periodo histórico
o como herramienta heurística, ha sido el motivo de la crítica a la
propuesta de Hartog, así como un sesgo eurocéntrico que deja de lado la
superposición de diferentes experiencias sociales del tiempo. Es por
ello necesario acotar la crisis presentista, o incluso la suposición de
un régimen presentista, al mundo occidental/izado (Lorenz 2019).
Así, el presentismo se
entiende en clave antropológica y de ahí ese rebasamiento de la
categoría del presente sobre todas las esferas culturales. Por ello los
monumentos no se correspondan con una experiencia de la historia como magistra vitae (Koselleck 1993Koselleck, Reinhart, 1993, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, trad. N. Smilg, Paidós, Barcelona.
),
hecho constatable en la interpretación contemporánea del pasado,
presente y futuro en clave de irreparabilidad, deuda y responsabilidad:
[E]l presente se ha extendido tanto en dirección del futuro como del pasado. Hacia el futuro: por los
dispositivos de precaución y de la responsabilidad, a través de la
consideración de lo irreparable y de lo irreversible, por el recurso a
la noción de patrimonio y a la de deuda, que reúne y da sentido al
conjunto. Hacia el pasado: por la movilización de dispositivos análogos.
La responsabilidad y el deber de memoria, la patrimonialización, lo
imprescriptible, en tanto que deuda. Formulado a partir del presente y
gravitando sobre él, este doble endeudamiento, tanto en dirección del
pasado como del futuro marca la experiencia contemporánea del presente. (Hartog 2007, p. 234Hartog, François, 2007, Regímenes de historicidad. Presentismo y experiencias del tiempo, Universidad Iberoamericana, México.
)
El
ensayo de Coyle también recoge las opiniones algo alarmistas de Israel
Álvarez Moctezuma, quien observa el fenómeno desmonumentalizador a la
luz de la cultura de la cancelación y sostiene que se trata de
cancelaciones del pasado que nos arriesgan a una suerte de amnesia
colectiva de consecuencias imprevisibles, a la vez que defiende su
retiro del espacio público y salvaguarda, lo que responde también a la
comprensión presentista de Hartog en relación con el ascenso de la
memoria como forma de mantener vivo el pasado y la ampliación de lo
concebible como patrimonio ante un futuro amenazante, en la medida en
que el discurso de la conservación es una respuesta ante el “mal de
archivo” y la incertidumbre (Derrida 1997Derrida, Jacques, 1997, Mal de archivo. Una impresión freudiana, trad. P. Vidarte, Trotta, Madrid.
).
Pero sobre esta concurrente ola patrimonial se reflexiona más adelante.
Aquí me interesa subrayar la idea de una cultura de la cancelación como
experiencia presentista al analizar el pasado en clave de
irreparabilidad y deuda.
El hecho de que la disciplina histórica
esté hoy más volcada en preocupaciones sobre los movimientos y las
transformaciones sociales con distintas reivindicaciones en materia de
raza, género y orientación sexual, ecología y poscolonialidad, esto es,
la reflexividad que acontece en la disciplina, ha favorecido el aumento
de los discursos de posverdad en ambos extremos del espectro ideológico.
Sin embargo, el historiador no debería hacer gala de semejante
concepto, un concepto delicado para la perspectiva histórica, no muy
alejado del revisionismo histórico, así como de la condena de hechos y
figuras del pasado que, pese a ser hoy sancionables, nos definen. La
ablepsia ante los pliegues de la historia, con sus matices y
complejidades, ha permitido la judicialización del pasado,
característica una vez más del presentismo contemporáneo (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 91Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
). Por ello, me interesa comprender la categoría
del presentismo como baremo ético. Hay, en una sobreentendida
polarización y, como parte de este proceso de cancelación cultural,
cierta arrogancia contemporánea, en la medida en que el presente siempre
se concibe como superación moral del pasado:
Un
nuevo sentido de la temporalidad, consistente en experimentar la
presencia del pasado en el presente, habría abierto a la posibilidad de
instituirse en árbitros y arrogarse la facultad de juzgar cualquier
acción o momento pretérito mediante los valores imperantes en la
actualidad. […] el gesto revelaría la soberbia de la edad contemporánea,
convencida de su propia superioridad ética y moral. (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 92Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
)
El pasado colonial, quizá por ser aún
un pasado “reciente”, se presta a esta reevaluación que trasciende el
interés habitual de la historia por examinar las diferentes facetas de
lo acontecido e inunda el debate público, dividido entre la cancelación
como forma de restitución histórica y la pujanza occidental de nuestra
relación con el pasado mediada por prácticas de preservación y
conservación. De ahí que, cuando la destrucción acontece fuera de
nuestra zona de influencia occidental, como en Oriente Próximo, no se
vacile en condenar la eliminación de vestigios históricos por parte del
Estado Islámico. Por su parte, la distancia moral con el Egipto
faraónico, el Imperio Romano o la misma Iglesia Católica en la Alta Edad
Media se diluye con la distancia temporal, lo que permite disfrutar de
la conservación de sus huellas arqueológicas en nombre del patrimonio de
la humanidad. En esta línea de pensamiento reflexiona también Mauricio
Tenorio Trillo, en cuyo ensayo La historia en ruinas desarrolla
la máxima de Walter Benjamin sobre la historia como una sucesión de
infamias y el borramiento de los logros culturales alcanzados por los
pasados incómodos (Tenorio Trillo 2023, p. 11Tenorio Trillo, Mauricio, 2023, La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción, Alianza, Madrid.
).
Este autor considera que la superioridad moral del presente no es tanto
un problema de incorrección histórica, sino de vanagloria ética, aunque
asegura que se trata de un fenómeno habitual en la historiografía: “si
esta vez sí va en serio la extinción de las estatuas, [...] si
‘descolonizaremos’ o limpiaremos el pasado, las calles y el lenguaje de
una vez por todas, sólo el futuro lo dirá” (p. 12Tenorio Trillo, Mauricio, 2023, La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción, Alianza, Madrid.
).
Pese
a recordarnos que esa querella monumental es de antigua data, Tenorio
Trillo introduce un aspecto clave en la reflexión sobre el fenómeno
contemporáneo: nuestra era digital. Según él, el gesto de fotografiar y
publicar en el (an)archivo online el testimonio de la destrucción
se convierte en acto monumental, porque “[e]l selfi en el que
aparecemos destruyendo una estatua dice tanto de nosotros y es tan
monumento como el ‘nosotros’ que secretamente encarnan los monumentos” (p. 20Tenorio Trillo, Mauricio, 2023, La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción, Alianza, Madrid.
).
Este “acto monumental” se caracteriza por lo abarcador y lo inmediato.
Si retomamos la noción de presentismo, ésta puede ser también aplicada
no sólo como baremo ético, sino como lógica o síntoma de nuestra
relación con el acontecimiento. La economía mediática y el acceso a la
información están hoy supeditados a la inmediatez y actualización
constante, lo cual conduce a su carácter efímero y a una caducidad
inevitable, pues la sobreabundancia de información no puede ser siempre
historizable. Plataformas como las redes sociales se analizan hoy desde
una lectura alejada del tecno-optimismo que representa el discurso de
democratización de la información de Manuel Castells (Castells 2012Castells, Manuel, 2012, Redes de indignación y esperanza. Los movimientos sociales en la era de Internet, Alianza, Madrid.
), para ser objeto de escrutinio y escepticismo debido al riesgo de slacktivism o activismo de sofá, una práctica de compromiso social que se reduce a un click (Morozov 2011Morozov, Evgeny, 2011, The Net Delusion. The Dark Side of the Internet Freedom, PublicAffairs, Nueva York.
).
La
simultaneidad del debate desmonumentalizador en diferentes latitudes
aparentemente desconectadas, así como la globalidad de la experiencia
marcada por un consumo constante de imágenes, contribuyen a concebir el
fenómeno desmonumentalizador de nuestros tiempos como un producto o
resultado de un contagio emocional propio del medio digital, no
inequívocamente ligado a las necesidades y condiciones reales de la
existencia. De ahí que podamos compartir su sospecha de que “estas
novedades no constituyen un simple avance tecnológico que vehicula los
diferentes pleitos por el pasado [sino que] son la base, el origen, la
naturaleza, el único lenguaje en que ahora se expresa la iconoclasia,
esa que regresa a cada tanto” (Tenorio Trillo 2023, p. 22Tenorio Trillo, Mauricio, 2023, La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción, Alianza, Madrid.
).
Por lo tanto, hablar de los ecos de la ola desmonumentalizadora a nivel
continental como “ejemplos de ‘memoria transcultural’ ” que van más
allá de la lógica de los medios modernos de comunicación me parece una
evasión de la particularidad del fenómeno, del aspecto clave que
constituye la rápida replicación del gesto (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 80Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
). Obviamente se trata de un proceso trasnacional y
poscolonial de revisión de la memoria colectiva, pero el riesgo de
simplificación que conlleva la abundancia de imágenes de remoción no
debe desatenderse. Aunque siempre ha habido cierto maniqueísmo en la
lectura de la historia, parece como si el debate sobre el espacio
público estuviera sometido hoy a las lógicas de internet y las redes
sociales, pues una imagen fuerte, ya sea cuando ofrecemos un testimonio,
divulgamos un derribo o fomentamos el capital turístico de un lugar por
medio de un selfie junto a un monumento, subraya más la importancia de
haber estado allí que todas las capas de temporalidad histórica, y
reduce el hecho a un conjunto de etiquetas que en última instancia
alimentan el algoritmo. La prevalencia de lo visual en la sociedad
contemporánea no es un detalle que deba pasarse por alto. Para este
respecto son pertinentes las reflexiones de Joan Fontcuberta en La furia
de las imágenes (Fontcuberta 2016Fontcuberta, Joan, 2016, La furia de las imágenes. Notas sobre la postfotografía, Galaxia Gutenberg, Barcelona.
)
sobre la sobreabundancia, profusión y disponibilidad de las imágenes,
las cuales pueden ser a su vez complementadas con la identificación de
un régimen de la imagen en La performatividad de las imágenes (Soto Calderón 2020Soto Calderón, Andrea, 2020, La performatividad de las imágenes, Metales Pesados, Santiago de Chile. https://doi.org/10.2307/j.ctv18dvtv9>
)
que, a su vez, propone revertir la peligrosidad de las mismas
ejercitando un pensamiento crítico relacional. A propósito de la pasión
que despiertan las imágenes entendidas como signos, Bruno Latour se
interroga por el anclaje emocional en el consumo y reproducción de
iconos debido a que la destrucción, borradura o desfiguración desata
toda una “icono-crisis”: si las imágenes son tan controvertidas, ¿por
qué seguir creándolas? (Latour 2002, pp. 16–19Latour, Bruno, 2002, “What is Iconoclash? Or Is There a World Beyond the Image Wars?”, en Peter Weibel y Bruno Latour (comps.), Iconoclash, Beyond the Image-Wars in Science, Religion and Art, ZKM/MIT Press, pp. 14-37.
).
Asimismo, la judicialización del pasado que caracteriza nuestro
presente es susceptible de analizarse también como consecuencia de la
era digital y el capitalismo de plataformas, diseñado como un sistema de
consumo que se basa en likes y dislikes a velocidades de scrolling.
Pese a no tener el espacio suficiente para extender esta tesis, me
permito señalar aquí mi preocupación por la mediación de imágenes de
odio para la movilización social, no muy alejada de las reflexiones de
colegas historiadores del tiempo presente.
7
A propósito del contagio emocional, véase un debate reciente coordinado por Frédérique Langue en los Mélanges de la Casa de Velázquez, en los que los distintos autores reflexionan
sobre las cadenas de transmisión emocional en los contextos de la
historia reciente.
La movilización de afectos en las
redes sociales para la acción colectiva ha sido un objeto de estudio
reciente que, en el contexto de los activismos contemporáneos, fomenta
un sentido de urgencia y la participación por medio de la replicación de
un lenguaje predominantemente visual que está asociado con un menor
nivel educativo (Miller et al. 2016, p. 170Miller,
Daniel, Elisabetta Costa, Nell Haynes, Tom McDonald, Razvan Nicolescu,
Jolynna Sinanan, Juliano Spyer, Shriram Venkatraman y Xinyuan Wang,
2016, How the World Changed Social Media, UCL Press, Londres. https://doi.org/10.14324/111.9781910634493
).8
Sobre el “arranque emocional” y las referencias a la bibliografía clave en este ámbito véase Puyosa 2015, que cita a su vez el trabajo de Goodwin, Jasper y Polletta 2000,
sobre el “ultraje, la vergüenza, la indignación, el orgullo y la
esperanza” como emociones relevantes en los procesos de activación
social (p. 201).
Al mismo tiempo, debido a la ambivalencia que presentan, las imágenes
se prestan a una constante reapropiación y modificación, lo cual amplía o
difumina el espectro ideológico de su diseminación. La dinámica
afectiva mediada por imágenes en las redes sociales sugiere cómo los
diferentes significados históricos y culturales asociados con una imagen
se intensifican en determinados contextos y medios. El muro físico de
las ciudades ha sido sustituido por el muro de las redes sociales, donde
la reacción, “memeificación” y viralización desempeña un papel
importante en la participación.
Detrás de esta ola desmonumentalizadora hay, por supuesto, no un reclamo de desmemoria y olvido, sino de reivindicación de esa otra historia relegada a los márgenes. Por ello no es difícil encontrar evocaciones discursivas que reclaman justicia social, reparación histórica, lucha contra el racismo y la violencia estructural, pasados traumáticos, descolonización, etc. No obstante, lo que tenga de descolonizador la iniciativa de reexaminar la estatuaria pública se ha expresado de distintas maneras, prevaleciendo en el imaginario público el derrumbe y la violencia del gesto. En el dosier editado por Francisca Márquez dedicado a la desmonumentalización de América Latina donde se habla en clave de “antropofagia ritual”, se parte de la “hipertrofia del derrumbe y de la materialidad trizada de las estatuas” para hablar de la complejidad de dicho gesto:
[E]l
destrozo que nos informa el escombro o la grieta en el monumento no es
sólo borramiento es, también, toma de posición. El monumento
descabezado, rayado, arrastrado, colgado, ahogado o reinventado, nos
remite a un cierto espesor significante complejo de interpretar. A medio
camino entre la materialidad derruida (la cosa) y sus significados
(objeto), la materialidad descabezada y fragmentada nos invita a
preguntarnos por el carácter de fetiche que en ella se encarna. (Márquez 2021Márquez, Francisca, 2021, “Introducción al debate: Monumentos en Latinoamérica: Entre la épica patria y la insurrección”, Corpus, vol. 11, no. 1. https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.4505
)
Esto nos invita a reflexionar sobre las temporalidades incrustadas en esa materialidad monumental, aquello que la forma digital parece borrar al convertir el gesto en acto monumental, lo cual nos llevará inevitablemente a la pregunta anunciada en la introducción sobre la necesidad de un pedestal con valor conmemorativo en las sociedades contemporáneas.
Pese a considerar que la remoción de los monumentos responde a un sentimiento de época posmoderno en el que los grandes relatos y las narrativas totalizantes han dejado de apelar a la sociedad, considero esta reflexión matizable, pues, de nuevo si atendemos a las circunstancias de nuestra era digital, vivimos en una época de contagio emocional e identificación colectiva mediada por la fuerza replicadora de un hashtag cómo #fuckcolumbus, así como de iniciativas reivindicativas como el #metoo o #jesuischarlie que dan buena cuenta de la necesidad de héroes, quizá cotidianos, aunque acompañados de una buena dosis de “celebritismo”, pero sin duda alguna trascendentales y virales. A partir del carácter efímero de estas iniciativas, es evidente que trasladar esta lógica al espacio público es inviable, pues la imposibilidad de esculpir en piedra o fundir en bronce relatos de un abanico más amplio de actores sociales excedería los tiempos de identificación emocional. Es en este contexto que se entiende aún mejor el anuncio del “fin de la monumentalización del pasado”, lo que muchos autores justifican como consecuencia de la creación de contramonumentos y antimonumentos que:
busquen
provocar en lugar de consolar; se afinquen en la contingencia, por
oposición a la pretendida estabilidad de la historia; subrayen el cambio
y disuelvan las certezas; interpelen al observador y lo conviertan en
participante activo, susceptible de intervenir e inscribir su propia
marca en el objeto exhibido; renuncien a permanecer inmutables. (Valero Pie y Rabotnikof 2023, p. 101Valero
Pie, Aurelia y Nora Rabotnikof, 2023, “¿Qué hacer con el pasado?
Tiempo, memoria e historia en torno a la estatua de Cristóbal Colón”, Historia y Grafía, año 30, no. 60, pp. 73-108. https://doi.org/10.48102/hyg.vi60.44
)
9
Las autoras hacen referencia al fin de la monumentalidad que señalan Rowlands y Tilley 2006.
La corriente contramonumental tiene su origen en la memoria traumática
tras el Holocausto, ante la imposibilidad de la representación que
señalara Theodor Adorno. Se trata de una memoria no conmemorativa, de la
evocación de una sombra del pasado.
Resignificar el pedestal
⌅A
raíz del cuestionamiento sobre la iconoclasia posmoderna, esta sección
propone algunas herramientas constructivas para defender la complejidad
histórica y, a la vez, lejos del inmovilismo social, proponer las
intervenciones monumentales de corte artístico como catalizadores
válidos de la experiencia estética y ontológica. Tal y como se planteó
en la introducción, a pesar de la perdurabilidad de materiales como la
piedra o el bronce, éstos no garantizan eternidad. No sólo el tiempo
carcome la materialidad de los monumentos, sino que también pone en
entredicho la aceptación de su valor rememorativo. Ya sea material o
simbólicamente, los monumentos se convierten, aun estando en pie, en
ruinas de un pasado que ha dejado de interpelarnos. Esta comprensión
como ruinas incluso del pasado más reciente no está lejos de la imagen
del ángel de la historia de Walter Benjamin, que a su vez coincide con
la concepción del tiempo espiral de los descendientes de yorubas y
congos en Brasil que recoge Leda Martins, pues para ellos el pasado yace
al frente y el futuro nos sorprende desde atrás (Taylor 2020Taylor, Diana, 2020, ¡Presente! La política de la presencia, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.
).
Es por eso que, aun sin haberlos tumbado, los monumentos son ruinas en
el momento en el que dejan de ser presente y son, en palabras de Sophie
Lacroix, presencia de una ausencia, experiencia en tiempo presente de un
tiempo pasado (Lacroix 2008, p. 28Lacroix, Sophie, 2008, Ruine, Éditions de la Villette, París.
).
En su conceptualización de la ruina, Lacroix la concibe como categoría
estética más allá del sublime romántico. En ella aprecia un carácter
constructivo que permite hablar a partir de ella y que se sobrepone al
fatalismo benjaminiano o derridiano, pues la ruina comunica más allá de
una fatalidad y quiebra originaria (p. 54Lacroix, Sophie, 2008, Ruine, Éditions de la Villette, París.
).
Así, la ruina se nos ofrece como fragmento que persiste para señalarnos
la multiplicidad de los posibles, lo cual se presta para pensar el
trabajo de intervención artística sobre los monumentos como propuesta de
reconstitución imaginaria del presente a partir de los restos del
pasado. En efecto, las ruinas son elementos fundadores de la
constitución crítica de la consciencia histórica, pues ellas, cual
espejos, nos invitan a interrogarnos sobre nuestro presente para
evidenciar así las luces y sombras de todo legado, las ramificaciones de
ciertas matrices de pensamiento y la relatividad de los cánones.
Parafraseando a Lacroix, contemplar las ruinas constituye una
experiencia ontológica en la medida en que somos conscientes de ser
nuestras propias ruinas (p. 79Lacroix, Sophie, 2008, Ruine, Éditions de la Villette, París.
).
Ante
la destrucción o borradura de la historia monumental, y en sintonía con
la reflexión sobre las ruinas de Lacroix, Latour propuso, con motivo de
una exposición de 2002 en el Zentrum für Kunst und Medien Karlsruhe, el
concepto de iconoclash, que significa un choque de imágenes (Latour 2002Latour, Bruno, 2002, “What is Iconoclash? Or Is There a World Beyond the Image Wars?”, en Peter Weibel y Bruno Latour (comps.), Iconoclash, Beyond the Image-Wars in Science, Religion and Art, ZKM/MIT Press, pp. 14-37.
). A diferencia de la censura que implica la iconoclasia, la noción de iconoclash pone de manifiesto la coexistencia de relatos e imágenes desafiantes,
haciendo visibles superposiciones narrativas y “redes
semiótico-materiales”, no necesariamente en representación de valores
colectivos, sino también de la imaginación subjetiva, como podría darse
en el caso del arte (Masotta et al. 2021Masotta, Carlos et al.,
2021, “Comentarios del debate Carlos Masotta, Paolo Vignolo, Lucía
Durán, Ella F. Quintal y Esteban Krotz, Claudio Alvadaro Lincopi y
Ivette Quezada Vásquez, Javiera Bustamante Danilo, José Guilherme Cantor
Magnani, Andrés Góngora”, Corpus, vol. 11, no. 1. https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.4783
). Aunque Latour piensa únicamente en el espacio
del museo como lugar de mediación, también la ciudad se presta a esta
superposición de relatos, algunos por medio de estrategias más radicales
que otros. Con la voluntad de superar la guerra de imágenes e
imaginarios, el concepto de Latour se ofrece como herramienta para
pensar los actos de desmonumentalización en los que opera la
imaginación, pues frente al acontecimiento violento de la destrucción o
remoción, un gesto iconoclash tiene lugar cuando “uno se siente
perturbado por una acción de la que no hay forma de saber, sin más
indagaciones, si es destructiva o constructiva” (Latour 2002, p. 16Latour, Bruno, 2002, “What is Iconoclash? Or Is There a World Beyond the Image Wars?”, en Peter Weibel y Bruno Latour (comps.), Iconoclash, Beyond the Image-Wars in Science, Religion and Art, ZKM/MIT Press, pp. 14-37.
).
La necesidad de seguir indagando, analizando y reflexionando, nos dice
Latour, es la clave para reconocer la diferencia con la iconoclasia.
Otra
herramienta teórica para pensar formas críticas de dialogar con la
historia monumental solidificada en el espacio público y que complementa
el concepto de Latour parte del trabajo de Diana Taylor en El archivo y el repertorio. En su aproximación al arte de la performance como lente metodológica, Taylor se acerca a diversas manifestaciones
sociales en la esfera pública que cuestionan la obediencia cívica, la
ciudadanía, el género, la identidad sexual y la etnicidad.
10
Taylor
no deja de señalar una cuestión clave para el debate cultural en
América Latina: la necesidad de reconocer el “permanente reciclaje entre
lo occidental y lo no occidental” (Taylor 2015, p. 44),
es decir, el insalvable proceso de transculturación por el que los
procesos de iconoclasia y desmonumentalización se vuelven paradójicos.
Estas formas de intervención reflejan especificidades culturales e
históricas, tanto en su despliegue dramatizado o escénico como en la
recepción que provocan. Tras reconocer en la performance un
carácter efímero constitutivo, pero también como “sistema de
aprendizaje, almacenamiento y transmisión de saber”, Taylor se sirve de
ella para enfrentar el desafío de las narrativas hegemónicas. Si el
archivo es, tal y como lo presenta Foucault, un “sistema de
enunciabilidad” o “ley de lo que puede ser dicho”, el repertorio tal y
como lo plantea Taylor coincide con la mirada foucaultiana al disolver
el mito del archivo como ente resistente al cambio, pues este sistema de
enunciabilidad varía en función de la corruptibilidad del mismo (Foucault 1997, p. 219Foucault, Michel, 1997, La arqueología del saber, trad. A. Garzón del Camino, Siglo XXI, México.
).
Así, el repertorio es el resultado de una agencia individual en
relación con el archivo, una siempre subjetiva “coreografía de sentido”
que mantiene a la vez que transforma al archivo (Taylor 2015, p. 56Taylor, Diana, 2015, El archivo y el repertorio. La memoria cultural performática en las Américas, Universidad Alberto Hurtado, Santiago de Chile.
).
Es decir, el repetorio remite unívocamente a su efimeridad, al presente
que convoca el archivo en función de unas necesidades ligadas a un aquí
y ahora particulares. Esta perspectiva es útil para pensar también las
intervenciones artísticas y activistas insertadas en el arte público. Al
igual que el concepto iconoclash hace referencia al
dislocamiento que produce someter la imagen por medio de la
yuxtaposición, la superposición o incluso la supresión por medio de
nuevas tecnologías a nuevas configuraciones imaginarias, el repertorio
se ofrece aquí como corroboración de la multiplicidad de la experiencia
sobre lo canónicamente decible. El repertorio escenifica, sobre la base
de un archivo histórico, ese acercamiento constructivo, creativo y
crítico que superaría la iconoclasia. El objetivo de tal operación
radica en la voluntad de generar nuevos accesos a la memoria colectiva y
visibilizar las identidades interpeladas en determinadas narrativas
oficiales.
Si bien la política memorial y las decisiones sobre el
diseño monumental del espacio público han sido históricamente privilegio
del Estado y sus instituciones, en las últimas décadas son las
comunidades las que, en razón de su derecho a la ciudad, están
influyendo en el ornamento urbano para recordarnos que el relato
nacional también lo conforman los desmanes. De este modo, la damnatio memoriae romana deja de ser exclusiva de las instituciones (Traverso 2020Traverso, Enzo, 2020, “Tearing Down Statues Doesn’t Erase History, It Makes Us See It More Clearly”, Jacobin, 24 de junio de 2020. https://jacobin.com/2020/06/statues-removal-antiracism-columbus
). Ejemplo de ello serían no sólo las destrucciones
y retiros, sino también los contramonumentos o antimonumentos, así como
las intervenciones y transculturaciones. Ciertas reinterpretaciones
artísticas logran reactivar socialmente las estatuas para dar cabida a
una memoria crítica. En esta línea de prácticas de intervención han
tenido lugar en los últimos años varias performances y acciones
que dialogan con esculturas consagradas a distintas personalidades
históricas en América Latina, ya sea para reactivar legados o
cuestionarlos. Lo que me interesa de estas prácticas es que activan
memorias; crean puentes entre el presente y el pasado. En 2015 Enrique
Matthey cubrió con cinta adhesiva veinticuatro estatuas en Santiago de
Chile como parte de su proyecto La resurrección de los muertos,
en el que recrea los diseños de la cultura selknam para evidenciar la
invisibilización de lo indígena, y de ahí la necesidad de “resucitar” y
recuperar “la capacidad de asombro” (Suazo 2018Suazo, Félix, 2018, “Oráculos, estatuas y anti monumentos: entre lo permanente y lo efímero”, Tráfico Visual, 27 de agosto de 2018. https://traficovisual.com/2018/08/27/oraculos-estatuas-y-anti-monumentos-entre-lo-permanente-y-lo-efimero1/
). También Andrés Durán en su serie fotográfica Monumento editado (2014) “interviene” distintos monumentos en Santiago de Chile con un
borramiento de la figura mediante la inversión del pedestal, que en las
imágenes se halla oculta como fundida en la piedra espejada. Una
iniciativa de apropiación más sencilla pero igual de sugerente sería la
de Nelson Fory, quien entre 2008 y 2013 lleva a cabo La historia nuestra, caballero,
una acción que consistió en ponerle pelucas afro a distintos monumentos
de próceres de la independencia para denunciar el blanqueamiento del
relato oficial.
El esfuerzo de estas intervenciones por
posibilitar miradas nuevas y despertar sentidos ocultos o nuevos a
través de una redistribución o reparto de lo sensible (Rancière 2014Rancière, Jacques, 2014, El reparto de lo sensible. Estética y política, trad. M. Padró, Prometeo, Buenos Aires.
)
consiste justamente en añadir una capa de sentido que nos recuerda que
debajo hay otras que merece la pena explorar y con las que debemos
dialogar. Félix Suazo ofrece un ejercicio para conceptualizar distintos
modelos o estrategias de marcas territoriales mediante cuatro fórmulas
históricas:
Uno
de carácter conmemorativo-anecdótico, concebido como lugar de memoria y
aprendizaje. Otro racional-abstracto que desdeña los referentes
vernaculares y configura un topos universal. Un tercero
diseminado-experiencial, para el cual el sitio no es más que un
emplazamiento efímero, determinado por la presencia del sujeto. Y
finalmente, otro intertextual y paródico que se refugia en el museo, […]
deconstruyendo distintos elementos del monumento tradicional. (Suazo 2018Suazo, Félix, 2018, “Oráculos, estatuas y anti monumentos: entre lo permanente y lo efímero”, Tráfico Visual, 27 de agosto de 2018. https://traficovisual.com/2018/08/27/oraculos-estatuas-y-anti-monumentos-entre-lo-permanente-y-lo-efimero1/
)
Se podría decir que el modelo
diseminado-experiencial, lo que aquí hemos llamado intervención
monumental, permite comunicar fuera del espacio del museo la
deconstrucción, no ya del relato histórico, sino de nuestra relación con
el patrimonio. Este ejercicio de deconstrucción debe ser “eucrónico”,
tomando prestado el término de Georges Didi-Huberman, para evitar que el
pasado y el presente se contaminen, pero sin olvidar la relacionalidad
de las categorías del pasado, presente y futuro, a fin de evidenciar el
distanciamiento contemporáneo con otras experiencias pretéritas a la vez
que se reconoce la superposición de temporalidades en la plasticidad
del monumento (de Sá Avelar 2022, pp. 146–153De
Sá Avelar, Alexandre, 2022, “Por que a derrubada de estátuas não
deveria incomodar os historiadores? Tempo, anacronismo e disputas pelo
passado”, ArtCultura, vol. 24, no. 44, pp. 134-156. https://doi.org/10.14393/artc-v24-n44-2022-66583
).
11
Didi-Hubermann 2006.
Esto quiere decir que el monumento no es una imagen que encapsule el
sentido de una época, pues su presencia en el espacio público se
prolonga en el tiempo, pero es, sin lugar a dudas, una huella
arqueológica.
Ahora bien, si la escultura monumental sirvió a las
nuevas naciones americanas para, desde una perspectiva pragmática,
modernizar el trazado urbano y, desde una perspectiva política y social,
crear símbolos de unión, terminaron por modernizarse plasmando una
suerte de historia inevitable. Hoy, sin embargo, aunque todo el mundo
sepa quién fue Colón, me arriesgaría a sostener que el sentido de esos
monumentos en la actualidad dista de ser conmemorativo para el ciudadano
que recorre la ciudad cotidianamente y se ha vuelto más bien un
elemento de orientación en el espacio. Esto se relaciona con la
experiencia de la ciudad contemporánea y la plasticidad del monumento
sería puramente geográfica. De ahí que la reconfiguración del trazado
urbano debería contemplar una actualización de estos símbolos, no tanto
porque sea un gesto descolonizador, sino porque simplemente han dejado
de dialogar con el ciudadano contemporáneo, pasando de ser reverencias
especiales para ser únicamente referencias espaciales. Y, aun así, en el
calor de una ola desmonumentalizadora, Colón amanece con el rótulo de
“genocida”, lo cual da a entender que las estatuas “apagadas” fueron
activadas, pero no por una mirada de veneración, sino condenatoria, lo
que lleva a algunos autores a defender al menos un ejercicio de revisión
en términos de obsolescencia y actualización (Marques, Pereira y Araujo 2021Marques
Mayra, Mateus Pereira y Valdei Araujo, 2021, “Obsolescência e
atualização de monumentos: derrubar estátuas e comemorar a história”, en
Fábio Franzini y Luís Filipe Silvério Lima (comps.), Olhar o abismo: visões sobre o passado e o presente do Brasil atual, Milfontes, Vitória, pp. 51-84.
).
Asimismo, teniendo en cuenta la cultura visual de nuestros tiempos,
cuesta comprender por qué no sería mejor repensar y resignificar el
sentido de estos monumentos en lugar de quitar y poner, poner y quitar.
Mi inclinación por la intervención de corte artístico como estrategia de
resignificación del pedestal se aleja de la lectura en clave de
corrección, pues me parece más interesante repensar y dar espacio a
otras formas de reconfigurar la ciudad, pues en muchos casos son los
museos los que se están haciendo cargo de este patrimonio incómodo,
corregido. Es cierto que la noción de “conmemoración corregida” que
plantean Analys Alvarez Hernandez y Marie-Blanche Fourcade tiene por
objetivo promover una reflexión polifónica al abarcar no sólo las
intervenciones artísticas, sino también las ciudadanas, activistas e
institucionales, extendiendo el debate incluso hacia el ámbito jurídico y
el tema de los derechos de autor (Alvarez Hernandez y Fourcade 2021Alvarez
Hernandez, Analays y Marie-Blanche Fourcade, 2021, “Introduction. État
des lieux de la ‘commémoration corrigée’ en art public: Quel avenir pour
le monument?”, RACAR, vol. 46, no. 2, pp. 4-20. https://doi.org/10.7202/1085416ar
). Pese a reconocer una vez más la necesidad de
pensar en forma crítica la relación con el patrimonio, el desacierto de
la expresión “conmemoración corregida” nos devuelve a la lectura moral
presentista al mismo tiempo que invita a preguntarnos, debido al
imperativo archivista, si los monumentos deberían conservarse sin
restaurar las intervenciones en ellos, o documentarlos como una forma de
dejar para la posteridad las huellas del presente para la evaluación
del pasado.
Si examinamos la historia del arte, la destrucción, reutilización u otras formas de ruptura no son experiencias nuevas (Gamboni 2014Gamboni, Dario, 2014, La destrucción del arte. Iconoclasia y vandalismo desde la Revolución Francesa, trad. M. Condor, Cátedra, Madrid.
).
Es por ello urgente debatir sobre qué representan los monumentos
públicos en general. Está claro que, desde la perspectiva occidental, la
humanidad valora positivamente el patrimonio histórico. Sin embargo, de
acuerdo con nuestra era digital y nuestra relación en/con la ciudad,
marcada por la hegemonía de la memoria de una experiencia mediada por la
fotografía o el video, la pérdida del patrimonio puede ser
salvaguardada hoy en forma digital.
12
Incluso
en las sociedades tradicionalmente alejadas de la preservación material
se han asimilado recursos tecnológicos en la transmisión de sus luchas,
lo que Paul B. Preciado denomina “cultura oral-digital tecno-indígena”
en “Marcos Forever” , recuperado en el libro de Diana Taylor de 2015, El archivo y el repertorio.
En medio de este vértigo de imágenes, hoy las estatuas interpelan poco y
nada al ciudadano de a pie; parecen más bien yacer en un estado de
letargo, deseosas de pasar desapercibidas para no sufrir algún tipo de
daño. Han dejado de ser objetos de veneración para ser objetos de
frustración. De ahí que, en lugar de cuestionar la adopción de una
adoración de tales figuras del pasado nacional y “eliminarlas” de la
historia pública, se vuelva más urgente repensar el pedestal para dejar
de concebirlo como forma de conmemoración.
El patrimonio como objeto y como acto
⌅La cuestión monumental y el debate sobre la desmonumentalización del espacio público no son nuevos. En Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida,
Nietzsche señalaba que es necesario un balance entre lo histórico y lo
ahistórico, pues a riesgo de descuidar el presente, la excesiva
conmemoración de lo pretérito y la saturación en el espacio urbano son
dañinas para la vida y, de ahí, la necesidad de olvidar (Nietzsche 2000, p. 41, pp. 49–58Nietzsche, Friedrich, 2000, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, trad. D. Garzón, Edaf, Madrid.
). También Lewis Mumford consideraba el monumentalismo una práctica sin sentido a comienzos del siglo xx, aunque por razones disímiles, pues para este urbanista norteamericano
no había cabida en la modernidad para proyecciones de eternidad post mortem (Tenorio Trillo 2023, p. 17Tenorio Trillo, Mauricio, 2023, La historia en ruinas. El culto a los monumentos y a su destrucción, Alianza, Madrid.
).
Y, como si de un ciclo sin fin se tratara, aquí estamos hoy debatiendo
también sobre el sentido del pedestal, pues no sólo se siguen erigiendo
monumentos, sino que la respuesta institucional ha sido convertir muchos
de ellos, como el Colón bonaerense, en patrimonio.
De acuerdo con
Lucía Durán, la intervención en la materialidad del monumento logra
remover la historia y cuestiona “el campo patrimonial”, cuyo “blindaje”
lo hace cobijarse en el ámbito del museo, templo de la conservación por
excelencia (Masotta et al. 2021Masotta, Carlos et al.,
2021, “Comentarios del debate Carlos Masotta, Paolo Vignolo, Lucía
Durán, Ella F. Quintal y Esteban Krotz, Claudio Alvadaro Lincopi y
Ivette Quezada Vásquez, Javiera Bustamante Danilo, José Guilherme Cantor
Magnani, Andrés Góngora”, Corpus, vol. 11, no. 1. https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.4783
), y cuya función no es distinta de la del archivo, “lugar de ley de lo que puede ser dicho” (Foucault 1997, p. 219Foucault, Michel, 1997, La arqueología del saber, trad. A. Garzón del Camino, Siglo XXI, México.
).
Si bien las intervenciones monumentales visibilizan heridas coloniales,
denuncian desigualdades y reivindican cambios sociales, su cabida en el
espacio del museo, por más que sea un compromiso con el pluralismo,
requeriría otros “procesos de activación de memoria […] para no ser
subsumidos dentro del discurso estabilizador museal” (Masotta et al. 2021Masotta, Carlos et al.,
2021, “Comentarios del debate Carlos Masotta, Paolo Vignolo, Lucía
Durán, Ella F. Quintal y Esteban Krotz, Claudio Alvadaro Lincopi y
Ivette Quezada Vásquez, Javiera Bustamante Danilo, José Guilherme Cantor
Magnani, Andrés Góngora”, Corpus, vol. 11, no. 1. https://doi.org/10.4000/corpusarchivos.4783
), como ocurre, por ejemplo, con la reciente intervención de Carlos Castro Los padres ausentes (2021–2024) en el contexto de la exposición El pasado nunca muere. No es ni siquiera pasado en el Museo de Arte Moderno de Bogotá. El artista interviene los
monumentos de Colón y los Reyes Católicos cedidos a tal efecto con
chaquiras plásticas que reproducen patrones visuales de la cultura inga
del Putumayo, yuxtaponiendo en un gesto iconoclash iconografías
emblemáticas del choque cultural hispánico e indígena. Aunque sugerente,
dicha intervención pierde fuerza al tratarse de un acto con la venia
del Estado y restringido al ámbito de una institución de arte moderno.
De manera más evidente se da en el caso de Iván Argote, quien presentó
en la 60a Bienal de Venecia el antimonumento Descanso,
una réplica de la estatua de Colón de Madrid tumbada, quebrada e
invadida por maleza. En este caso, el artista se sirve del creciente
interés iconoclasta, pero al margen de la violencia de un reclamo, pues
al combinarlo con una estética romántica hace únicamente hincapié en el
irrefrenable paso del tiempo.
De acuerdo con Ignacio
González-Varas, el culto a la memoria ha virado de la monumentalidad a
la contramonumentalidad. Este autor reconoce la crisis de la memoria
heroica y la monumentalidad tradicional, lo que provoca que se insista
en el descrédito de los grandes relatos y se preste atención al
reconocimiento de las víctimas, aun cuando éstas no estén del todo
identificadas o definidas. Desde la perspectiva contramonumental se
trata únicamente de una cuestión de estética (González-Varas 2023González-Varas, Ignacio, 2023, El culto a la memoria, Cátedra, Madrid.
).
Este riesgo de convertir la monumentalidad en contramonumentalidad por
un valor estético, también lo advierte Andreas Huyssen al subrayar la
ironía de haber prestado atención al deber de cepillar la historia a
contrapelo que reclamaba Benjamin en una época en la que el museo
participa en la cultura capitalista del espectáculo (Huyssen 2002, p. 55Huyssen, Andreas, 2002, En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, trad. S. Ferhmann, Fondo de Cultura Económica, México.
).
Material explotable o no, las ruinas, los fragmentos y los escombros se
salvaguardan casi por automatismo, quizá debido a algún grado
inconsciente de culpa ante la destrucción o para que sea posible en el
futuro repensar lo que ahora parecía urgente (Latour 2002, p. 17Latour, Bruno, 2002, “What is Iconoclash? Or Is There a World Beyond the Image Wars?”, en Peter Weibel y Bruno Latour (comps.), Iconoclash, Beyond the Image-Wars in Science, Religion and Art, ZKM/MIT Press, pp. 14-37.
).
También como signo del espectáculo, la prensa ha preferido hacer eco de
las imágenes fuertes de la remoción para atizar el debate público,
quizá debido a nuestro gusto por la violencia y lo escabroso, mientras
que las intervenciones tienden a interpelar a un número menor de
transeúntes con cierta predisposición sensible. Y es que el objeto de
las intervenciones no es intervenir el pasado, sino proyectar un futuro
en el que se tomen en cuenta las lecciones de la historia. Quizá sea la
visión sesgada de alguien dedicado al estudio de la historia, pero
considero que las intervenciones ofrecen más niveles de lectura que
abarcan desde lo representado a los actores de su construcción, pasando
por sus motivos y funciones en determinados momentos históricos.
A la pregunta sobre si el patrimonio es renovable se le podría responder con Nietzsche: “lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas” (Nietzsche 2000, p. 40Nietzsche, Friedrich, 2000, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, trad. D. Garzón, Edaf, Madrid.
).
Parecería que, en diálogo con la imagen del ángel de la historia
benjaminiano, es necesario ese “rayo luminoso” del halo ahistórico cuyas
capacidades destructoras siembran el espacio de ruinas, y es a partir
de las ruinas que es posible transformar los acontecimientos del pasado
en historia presente. El gesto desmonumentalizador lo describe Nietzsche
al presentarnos al “hombre de acción”, quien:
[A]ctúa
siempre sin conciencia, también actúa siempre sin conocimiento; olvida
la mayor parte de las cosas para realizar sólo una, es injusto hacia
todo lo que le precede y no reconoce más que un derecho: el derecho de
lo que ahora va a nacer. Así pues, el hombre de acción ama su obra
infinitamente más de lo que esta merece ser amada […]. (p. 43Nietzsche, Friedrich, 2000, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, trad. D. Garzón, Edaf, Madrid.
)
Este fragmento parecería lapidario con el gesto desmonumentalizador que nos ocupa al borrar todo reclamo legítimo, pero el empuje ahistórico se vuelve necesario incluso en aquellos que miran constantemente al pasado. Así:
El
espectáculo del pasado [a los hombres históricos] los empuja hacia el
futuro, inflama su coraje para continuar en la vida, enciende su
esperanza de que lo que es justo puede todavía venir, de que la
felicidad los espera al otro lado de la montaña hacia donde encaminan
sus pasos. Estos hombres históricos creen que el sentido de la
existencia se desvelará en el curso de un proceso y, por eso, tan
solo miran hacia atrás para, a la luz del camino recorrido, comprender
el presente y desear más ardientemente el futuro. No tienen idea de
hasta qué punto, a pesar de todos sus conocimientos históricos, de
hecho, piensan y actúan de manera no-histórica o de que su misma
actividad como historiadores está al servicio, no del puro conocimiento,
sino de la vida. (Nietzsche 2000, p. 45Nietzsche, Friedrich, 2000, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, trad. D. Garzón, Edaf, Madrid.
)
A
estas reflexiones sobre el balance entre la conciencia histórica y la
acción ahistórica se suman otras reflexiones sobre el concepto de
anacronismo en relación con la ola desmonumentalizadora. Para de Sá Avelar 2022 (p. 145)De
Sá Avelar, Alexandre, 2022, “Por que a derrubada de estátuas não
deveria incomodar os historiadores? Tempo, anacronismo e disputas pelo
passado”, ArtCultura, vol. 24, no. 44, pp. 134-156. https://doi.org/10.14393/artc-v24-n44-2022-66583
, el anacronismo de cualquier proceso
desmonumentalizador se fundamenta en una “dissimetria primordial” que,
por medio de la borradura material, permite sustentar la afirmación de
que el pasado quedaría abolido. Esto está en consonancia con otras
reflexiones en torno al ascenso de la memoria para la identidad
colectiva en detrimento del conocimiento histórico. La evolución del
conocimiento del pasado en función de las necesidades del presente
muestra su cara oscura en los trabajos de Tzvetan Todorov y Paul
Ricoeur, quienes plantean diferentes formas de los abusos de la memoria (Ricoeur 2003Ricoeur, Paul, 2003, La memoria, la historia, el olvido, trad. A. Neira, Trotta, Madrid.
; Todorov 2008Todorov, Tzvetan, 2008, Los abusos de la memoria, trad. M. Salazar, Paidós, Barcelona.
). Sin embargo, es Pierre Nora quien, gracias al concepto de lugares de la memoria (Nora 2008Nora, Pierre, 2008, Pierre Nora en Les Lieux de mémoire, trad. L. Masello, Trilce, Montevideo.
),
permite comprender la relación (abusiva) entre el patrimonio, entendido
como lugar o materialización de memoria, y la memoria colectiva. El
patrimonio no sólo se refiere a la monumentalidad o materialidad del
culto a ciertas figuras históricas, sino a una reducción simbólica del
vínculo con el pasado que adquiere relevancia, en un momento dado, para
la identidad colectiva. Originalmente, el término se aplicaría a las
figuras que sostienen la nación, puesto que, tal y como indica su
etimología, del latín pater y monere, el objeto del patrimonio es “recordar al padre” (Dormaels 2012Dormaels, Mathieu, 2012, “Identidad, comunidades y patrimonio local: una nueva legitimidad social”, Alteridades, vol. 22, no. 43, pp. 9-19. https://alteridades.izt.uam.mx/index.php/Alte/article/view/97
). Ahora bien, si el patrimonio es recurso
renovable sujeto al empuje entre la conciencia histórica y la acción
ahistórica, se trataría de una paternidad cuestionable. Obviamente las
genealogías no pueden alterarse, pero las rencillas familiares por
cuestiones de herencia no son inusuales. Sí, en efecto, casi
cuatrocientos años después de los hechos, una América huérfana encontró
un padre en el almirante. Hasta entonces, y como hoy, la figura de Colón
resultaba incómoda y es quizá por ello que, entre leyendas negras y
elogios al mito náutico, se lo concibe, si no como padre, sí como
progenitor inconfundible. La profusión de su monumentalización no es
sino signo de la fabricación historiográfica del momento, tal y como se
deriva de la lectura sobre los palimpsestos urbanos sobre los que
escribe Huyssen 2003Huyssen, Andreas, 2003, Present Pasts. Urban Palimpsests and the Politics of Memory, Stanford University Press, Stanford.
.
La estatuomanía y toda la obsesión memorialista es también signo del pánico de una sociedad desmemoriada (Nora 2008, p. 26Nora, Pierre, 2008, Pierre Nora en Les Lieux de mémoire, trad. L. Masello, Trilce, Montevideo.
). Pero al “acto monumentalizador” de la remoción se le podría también aplicar las reflexiones de Todorov:
Arrojados
a un consumo cada vez más rápido de información, nos inclinaríamos a
prescindir de ésta de manera no menos acelerada; separados de nuestras
tradiciones, embrutecidos por las exigencias de una sociedad del ocio y
desprovistos de curiosidad espiritual, así como de familiaridad con las
grandes obras del pasado, estaríamos condenados a festejar alegremente
el olvido y a contentarnos con los vanos placeres del instante. En tal
caso, la memoria estaría amenazada, ya no por la supresión de
información sino por su sobreabundancia. (Todorov 2008, pp. 12–13Todorov, Tzvetan, 2008, Los abusos de la memoria, trad. M. Salazar, Paidós, Barcelona.
)
El problema de la sociedad desmemoriada por exceso de información provoca una recomprensión del patrimonio más allá del objeto-monumento. Si el patrimonio es renovable y no es un objeto neutro, sino que tiene la función de despertar o activar a través de una relación afectiva o emocional positiva o negativa una memoria, su función no es, por lo tanto, la de preservar el pasado, sino la de proyectar una concepción o relación con el pasado hacia el futuro. La eficacia de estos “lugares de memoria” exceden así a la entidad que los promueve, una observación que está en consonancia con la idea de que las comunidades tienen la facultad de “hacer patrimonio”, ya sea reconociendo y valorizando un objeto como representación de la colectividad, o destruyéndolo y haciéndolo formar parte de las ruinas de la historia.
Así pues, ante la invocación de una comprensión material-simbólica del patrimonio contra la impugnación de determinados monumentos, las reivindicaciones contemporáneas han incluso sentado las bases para repensar la noción misma de patrimonio. El problema surge cuando retomamos la cuestión del presentismo y la era digital y, en especial, del contagio emocional. Aunque las estrategias desmonumentalizadoras sean amplias y las reivindicaciones que las acompañan diversas, la sospecha de que acabe siendo un fenómeno que responde a las lógicas de internet hace flaquear la posibilidad de repensar y concebir una sociedad libre de monumentos conmemorativos. Si ya las lógicas de patrimonialización de los vestigios del pasado y la estatuomanía decimonónica alimentaban cierta mercantilización de la historia, convertida en reclamo turístico, qué menos lo será el “acto monumentalizador” de la protesta. ¿Cuánto habremos de esperar para que el museo y las instituciones hagan de la exhibición de los destrozos y las ruinas graffiteadas, bien acompañadas de fotografías documentales, su objeto de mercado? ¿Cuánto tardará la hegemonía en absorber la contrahegemonía?
Conclusiones
⌅Reflexionar
de manera crítica sobre la condena del pasado, y en especial a partir
de las manifestaciones de repudio y denuncia de determinados episodios
históricos a través de actos de destrucción y borradura, lleva
inevitablemente a pensar, esta vez en palabras de Benjamin, en los actos
de barbarie que toda cultura perpetúa (Benjamin 2008, p. 42Benjamin, Walter, 2008, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. B. Echeverría, Itaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
).
Si retomamos las tesis sobre el concepto de historia, éstas pueden
servir al debate sobre el riesgo de una desmemoria colectiva, que se
manifiesta irremediablemente en la condición de nuestra realidad,
marcada por la predominancia del presente en la experiencia cotidiana.
Si bien los monumentos a Colón no articulan un pasado verdadero o justo
con quienes sufrieron las consecuencias del colonialismo, nos deberían
hablar más del tiempo en que fueron erigidos que del tiempo al que
aluden, pues “[d]e lo que se trata para el materialismo histórico es de
atrapar una imagen del pasado tal como ésta se le enfoca de repente al
sujeto histórico en el instante del peligro” (p. 40Benjamin, Walter, 2008, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. B. Echeverría, Itaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
).
El peligro, nos dice Benjamin, es “entregarse como instrumentos de la
clase dominante”, lo que en el caso de Colón en el siglo xix se percibió como el peligro de la tutela norteamericana. Pero, al mismo
tiempo, “[e]n cada época es preciso hacer nuevamente el intento de
arrancar la tradición de manos del conformismo” (p. 40Benjamin, Walter, 2008, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. B. Echeverría, Itaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
).
Esto es, reconocer en la historia su procedencia, indesligable del
“horror”, pues lo que el filósofo reconoce en el origen de cualquier
bien cultural es trasladable a quienes han trascendido históricamente,
pues su genialidad o descubrimiento se deben también “a la servidumbre
anónima de sus contemporáneos” (p. 42Benjamin, Walter, 2008, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. B. Echeverría, Itaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
). Y puesto que la historia no está libre de barbarie, resta al historiador la tarea de “cepillar la historia a contrapelo” (p. 43Benjamin, Walter, 2008, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. B. Echeverría, Itaca/Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
).
Esta labor no debiera ser ejercicio exclusivo de los historiadores,
sino la de cualquier interesado en explorar el pasado, no tanto para
convertirlo en un discurso sin matices, en proclama polarizadora o
propaganda, sino justamente para repensar el presente. Los otrora
becerros de oro que se erigieron en respuesta a las necesidades de una
época son vestigios de nuestra barbarie, acontecimiento y discurso, y
están ahí como huella de lo que hoy somos.
No es objeto de este ensayo restar legitimidad a los actos de desmonumentalización, ni mucho menos a los cuestionamientos que los acompañan. Obviamente el espacio público, al igual que otros ámbitos culturales y sociales, reproducen esquemas de los juegos de poder por los que se rige nuestro mundo. Las consecuencias de los acontecimientos del pasado, en forma de efectos y afectos, no son inmediatas. A lo largo de este artículo he ido exponiendo diversas nociones que se ofrecen útiles para el debate de los monumentos, la aproximación a la iconoclasia desde una mirada constructiva a partir de la ruina, la propuesta iconoclash, la relación entre archivo y repertorio, el balance entre lo histórico y lo ahistórico, y la ampliación de la aplicabilidad del concepto de patrimonio. He insistido también en la fórmula de las intervenciones monumentales como vía crítica para dialogar con los bronces y piedras del espacio urbano. A través de ellos se puede concluir que la multiplicidad de lo decible a partir de estos objetos transforma y redefine la presencia, la temporalidad, la participación y la preservación.
A propósito de la imposibilidad de crear monumentos
conmemorativos democráticos, Hugo Achugar nos recuerda que la democracia
es justamente el consenso del disenso, es decir, un modelo agonista tal
y como lo describe Chantal Mouffe (Mouffe 2013Mouffe, Chantal, 2013, Agonistics: Thinking the World Politically, Verso, Londres.
).
La multiplicidad de actores y puntos de vista en la democracia forma
parte de un sistema de confrontación aceptable, lo cual nos lleva a
preguntarnos con Achugar si necesitamos monumentos en absoluto. Si se
reconoce el derecho a disentir, es preciso reconocer que toda
manifestación social es legítima y saludable, a la vez que sirve de
indicador social de la temperatura de una época, de su sensibilidad. Sin
embargo, si pensamos en términos de agalmatofilia y agalmatofobia (Pimentel 2020Pimentel, Juan, 2020, “Agalmatofobia. El odio a las estatuas”, El asterisco, 29 de agosto de 2020, https://www.elasterisco.es/agalmatofobia/#.Yhi-iR2CE6g [10/09/2024]
),
de emplazamiento o defensa y remoción o condena, la vía intermedia que
parece resurgir con sensatez es la del diálogo y la intervención.
Incorporar una lectura crítica de los usos y abusos de la memoria
colectiva, de la saturación ideológica, de la historia no oficial,
oculta, plural. En definitiva, hasta las imperturbables estatuas son
mutables y están sujetas a cambio, y aunque aún es discutible si deben o
no ser convertidas en ruinas para el futuro, mientras estén de pie se
debe dialogar con ellas.