Diánoia 69 (93)
noviembre 2024
ISSN-L: 0185-2450 | e-ISSN: 1870-4913
https://doi.org/10.22201/iifs.18704913e.2024.93.2095

Reseñas bibliográficas

Mabel Alicia Campagnoli (coord.), Destellos de una biopolítica afirmativa. Andar y desandar las violencias contemporáneas, Biblos, Buenos Aires, 2023, 233 pp.

Esteban Rosenzweig

Universidad Nacional de la Plata, Argentina

CONTENIDO

Presentación

 

Destellos de una biopolítica afirmativa, coordinado por Mabel Campagnoli, plantea una revisión completa sobre los alcances, las paradojas y los límites de la biopolítica actual. Su propuesta consiste en desandar las violencias contemporáneas.

Si con el término “bios” la biopolítica expresa una oscilación semántica entre la vida biológica y la vida con existencia política, su reemplazo por “vio”, como retoma Campagnoli, indica en cambio la proximidad entre lo viviente y su aparente inseparabilidad de una violencia constitutiva propia de la vida misma. Acuñando entonces, un nuevo término que destaque también una nueva semántica, la viopolítica pone en discusión el papel desempeñado por las violencias desarrolladas en las producciones de subjetividad y en las corporalidades dentro del capitalismo moderno-colonial del siglo xxi. ¿Hay alguna forma de que lo viviente no se encuentre sujeto y sometido a las tecnologías de dominación? ¿Se puede acaso escapar a los modos de sujeción que se proponen canalizar y agotar la potencia vital de las formas de vida? Sin eludir los compromisos de tales formulaciones, el texto avanza, desde diferentes perspectivas, en la proyección de una serie de respuestas desafiantes y consistentes. Se trata, en definitiva, de interrogar por la posibilidad de una biopolítica afirmativa; de una biopolítica en la que los seres humanos puedan situarse más allá de su experiencia como sujetos y los seres vivos no humanos superen, asimismo, su condición exclusiva de recurso natural.

Subdividida en tres secciones denominadas “Derivas contemporáneas de la biopolítica”, “La resistencia en los cuerpos, las subjetividades y sus creaciones” y “Nuevas ontologías”, la obra aborda de manera simultánea y de modo complementario los ejes de la violencia viopolítica y la resistencia a sus diversas formas.

1. Derivas contemporáneas de la biopolítica

 

El texto se inicia con una introducción general y un capítulo importante a cargo de Mabel Campagnoli designado “Vio-política. Formas biopolíticas de la violencia”. La autora presenta las derivas contemporáneas de la biopolítica dentro del marco de las formas viopolíticas de la violencia. Deteniéndose en un examen minucioso de las relaciones de dominación entre la biopolítica y la violencia, señala no sólo una serie de problemas que atañen a la legitimidad del ejercicio de la violencia y su relación entre el poder y la vida, sino que ofrece además un sendero posible para concebir una biopolítica que eluda la deriva clásica donde el poder determina los dominios de lo viviente. Una vez aceptada, entonces, la sustitución terminológica de “viopolítica” propuesta por García Masip, Campagnoli indaga sobre la proximidad o, mejor aún, la superposición semántica entre la noción de “vida” y su inseparabilidad constitutiva de ciertas formas de violencia. A partir de la propuesta audaz de Lazzarato y su temprana precisión en Foucault de una diferenciación entre la “biopolítica” y el “biopoder”, se presentan los problemas que se derivan de ambos conceptos (p. 24).

Después de diferenciar cuidadosamente las diversas y variables formas de violencia (explícita, invisible, simbólica, epistémica, moral y liberadora, entre otras) el capítulo se revela como una invitación apasionada para volver a pensar con perspectiva de género y decolonial las diversas tramas de dominación establecidas por el capitalismo, la colonialidad y el patriarcado. En definitiva, se trata de develar a través de la reflexión la situación ontológica de las subjetividades subalternas contemporáneas, atravesadas por marcas genéricas, sexuales, raciales, regionales, coloniales y de clase (pp. 57–60). Si el resultado de esa subjetivación ha sido la condena a soportar las determinaciones de una violencia extrema, se vuelve urgente explorar las fronteras que definen el punto límite, en este caso, de la resistencia.

Pensar nuevamente las limitaciones de la violencia, establecer sus alcances en contextos complejos y diversos es el camino que puede consolidar una biopolítica afirmativa. Un registro de inscripción para toda subjetividad que rechace la sumisión selectiva y definitiva.

2. La resistencia en los cuerpos, las subjetividades y sus creaciones

 

Con el segundo capítulo, “Verificación del sexo en el deporte: una lectura sexo­política y descolonial”, Dolores Pezzani ofrece un análisis detallado del ejercicio de la violencia científica, jurídica y sexista en las prácticas de verificación del sexo en el deporte. Su apuesta consiste en denunciar el modo de clasificación binario, excluyente, entre hombres y mujeres, de los cuerpos de quienes se desempeñan profesionalmente como deportistas, fundamentalmente porque el cuerpo es el lugar en que se consuma la producción del género en un régimen sexopolítico y porque, además, es el registro de inscripción donde se consolidan con violencia epistémica las categorías europeas de colonialidad. Conceptos como el de “hormona” se ocupan de clasificar y determinar la inclusión o exclusión de cuerpos y, en consecuencia, de sujetos dentro de las competencias en distintas disciplinas deportivas. En una primera instancia, Pezzani aborda su campo de estudio con base en los aportes teóricos de Preciado y sus consideraciones sobre un régimen farmacopornográfico del poder (pp. 74–76). En un segundo momento incorpora ciertos desarrollos de Lugones que le permiten dar cuenta del enfoque colonial de las categorías sexo-genéricas utilizadas. Fundamentalmente porque el alcance de las categorías es universal, esto es, global, pues son pruebas impuestas a todxs lxs deportistas por el Comité Olímpico Internacional y, en consecuencia, se constituyen en una referencia ineludible de las reglamentaciones locales (pp. 81–84). Semejante enfoque, se argumenta, está destinado al fracaso. No sólo por constituirse como medio para una producción genérica, sino porque su finalidad es la consolidación de categorías europeas impuestas al universo de las comunidades del planeta entero. Al proporcionar un análisis detallado de los problemas de las pruebas de verificación del sexo en el deporte, el capítulo apuesta por nuevos criterios para sustituir ese modo hegemónico de conformar, clasificar y categorizar seres humanos (p. 86).

En el tercer capítulo, “Hacia un coro de voces feministas antirracistas”, Julieta Maiarú presenta un análisis minucioso de la violencia del insulto racista. Valiéndose de algunos aportes destacados de Judith Butler, Ernesto Laclau y Yannis Stavrakakis, la autora propone analizar el impacto del lenguaje en su dimensión performativa, sus significantes contrahegemónicos y su inscripción histórica en un coro diacrónico de voces que se repliega sobre la subjetividad en diversos niveles de dominación (racismo y sexismo), pero que encuentra en la misma repetición otro coro que en cada momento ofrece voces de resistencia (p. 90).

A partir de un examen del modo en que se consolida la identidad del oprimido por medio del insulto, el texto aborda las resistencias a esas formas de identificación. El hablante —afirma Maiarú—, no inventa un lenguaje, sino que su habla, de insulto o de resistencia, se une a una repetición, a una polifonía de voces que, como un coro, interpreta una pieza musical, pero en distintos momentos. El argumento principal descansa sobre la tensión que impone el problema de la identidad como reducción de lo múltiple a lo mismo (p. 103). Si el insulto sexista y racista puede reducir la singularidad de cada subjetividad a la unidad de un significado esencial, es, antes que nada, en función del poder proyectado por la repetición de una cadena de significantes previamente articulados. Enfrentar el desafío de la reducción a la unidad exige situarse junto a un coro de voces que, en su repetición, no produzca identificaciones coincidentes con la unidad, sino que conserve, en su iteración, la singularidad de la diferencia (p. 110).

Luciana Szeinfeld enfoca, en cambio la violencia desde la perspectiva de la teoría musical. “La escucha en la música y más allá: cuerpos, violencias y resistencias” indaga sobre los modos específicos de la producción musical eurocéntrica, caracterizados por el rechazo a los aspectos materiales o corporales de las producciones musicales tradicionales. Preocupada por las relaciones entre los sonidos, por su estructura interna y por el análisis armónico, la música tonal descuida la materialidad concreta del sonido propiamente dicho, sus texturas e incluso la instrumentalización. El dispositivo “partitura” se vuelve aquí doblemente decisivo. No sólo porque permite la separación y la consecuente jerarquización entre compositor e intérprete, sino porque la posibilidad de codificar el cuerpo sonoro y material de la música en códigos escritos de notación musical establece la disociación entre música y obra musical (pp. 117–120). Semejante distinción no parece menor. Se trata, como subraya Szeinfeld siguiendo a Nicholas Cook que, la “obra música”, al ser introducida en la modernidad como un producto del mercado, se materializa en el soporte de la partitura y, de ese modo, se consolida como una mercancía que puede producirse, acumularse y comercializarse. De ese modo, se logra una separación definitiva de su materialidad sonora. Su consecuencia más significativa parece haber permitido la conformación de jerarquías entre compositores (en su mayoría varones, blancos), intérpretes y oyentes, lo que contribuye al establecimiento de la universalización de criterios para la educación de la escucha. Un impacto político capaz de superponer y fusionar la escucha especializada con la escucha colonizada (pp. 127–129).

Para la autora, la contracara del rechazo a la materialidad corporal de la sonoridad se vuelve evidente en la música afrocaribeña. El contraste se presenta, según precisa Szeinfeld, en virtud de la importancia que se destina a la práctica interpretativa, en la cual se despliega simultáneamente la composición. Si una de las características distintivas de la música europea moderna destaca los contenidos, sujeta la tonalidad a estructuras rítmicas regulares y a fórmulas establecidas de armonización, la música afrocaribeña otorgaría en cambio una voz propia al ritmo que complementa la melodía y se armoniza en claves de improvisación (pp. 132–134). Como consecuencia, se eliminan las jerarquías entre compositorxs, intérpretes, arreglistas, ejecutantes y oyentes que, en su mayoría, participan corporalmente por medio del baile de una materialidad encarnada en la sonoridad de la música viva.

3. Nuevas ontologías

 

La tercera y última parte del texto se ocupa de llevar al límite, desde tres enfoques distintos, ciertas posiciones antropológicas contemporáneas de corte sustancialista.

En “Notas sobre la diferencia sexual”, Sol Peláez analiza, siguiendo a Lacan en diálogo con algunxs de sus continuadores como Copjec, Žižek, Derrida y Hyrd, los límites discursivos de la sexualidad binaria y también los alcances de sus excesos (pp. 142–146). Con una crítica al psicoanálisis lacaniano, Peláez avanza una tesis en virtud de la cual la diferencia sexual no debe identificarse con el sexo ni con el género, sino que debe asumirse por la singularidad de su afección: “afecta a todos los cuerpos cis, intersexuales, transexuales, disidentes, y sus identidades” (p. 154). Pero los afecta no como marca o determinación del lenguaje, sino como exceso de afección sobre las identidades de múltiples cuerpos. La diferencia sexual se presenta, entonces, no como una totalidad que los aglutina, sino como un registro que sobrepasa los cuerpos y, al mismo tiempo, los excede. Pero ese exceso, que arremete contra la idea de identidades cerradas, es lo que permite a la subjetividad escapar y retirarse de cualquier totalización finalizada. Desfondar la identidad desde el exceso y no desde la falta se convierte en la determinación decisiva de la diferencia sexual. Su resultado marca no sólo la distancia con el otro (del sexo), sino al mismo tiempo la imposibilidad de coincidencia con uno mismo (pp. 157–158), porque la irrupción de lo real del cuerpo, el deseo, el goce, aparece de diversas maneras y la diferencia sexual se revela, en definitiva, como una de ellas.

Ariel Martínez, en “El antifundacionalismo escotomizado de Luce Irigaray: los equívocos de la diferencia y la potencia de la materia”, propone analizar de manera pormenorizada cierta ontología de la corporalidad, su materialidad y la violencia que sujeta a los cuerpos desde perspectivas esencialistas y fundacionalistas. Con un enfoque centrado en una lectura renovada de la obra de Irigaray, Martínez propone con audacia un modo de concebir la diferencia material de los cuerpos no en términos anatómicos o biológicos de modo sustantivo o fundacionalista, sino desde la potencia inherente en la misma materialidad (p. 176), de una materialidad que escapa del constructivismo lingüístico radical y se sitúa en una zona de inteligibilidad intermedia. Se trata de un esfuerzo por pensar fuera de la acusación de esencialismo arrojada contra Irigaray por parte del feminismo posestructuralista y, en su lugar, situar la potencia de la matriz conceptual del materialismo irigariano. Trastocando el enfoque y rechazando el esencialismo, el esfuerzo de Martínez se concentra en enfrentar las representaciones simbólicas referidas a la feminidad. En definitiva, la diferencia o indiferencia sexual no hace otra cosa más que ocultar el rechazo simbólico de la diferencia ontológica, esto es, la fuerza generativa del registro material (pp. 189–191).

Malen Azul Calderón Fourmont propone, en “Desprendimiento onto-epistémico: figuraciones hacia un paradigma otro”, reflexionar de manera renovada sobre la relación necesaria entre vida, poder y política (p. 204). Comenzando por un examen, como sugiere Esposito, de la ontología relacional y su dependencia fundada sobre la base de la comunidad, Calderón Fourmont propone tensar no sólo la relación entre vida individual y cuerpo colectivo, sino además poner en discusión, a partir de Butler, la constitución performativa de las corporalidades mediadas por la lógica de la inclusión/exclusión de cualquier espacio comunitario. En tal sentido, incorpora la perspectiva decolonial y avanza en sus ideas sobre los alcances de la diferencia colonial y del pensamiento fronterizo, desarrollado por Mignolo, para situarse no ya desde las categorías dicotómicas, heredadas del humanismo ilustrado, ni de los estudios poscoloniales, sino de registros locales, periféricos y marginados para la centralidad euro-norteamericana (pp. 216–220). Situarse en esa marginalidad en el seno de un pensamiento fronterizo permite examinar un caso ejemplar, como fue la absolución en Argentina de Eva Analía del Jesús, conocida como Higui, liberada después de cumplir casi ocho meses en prisión preventiva por defenderse de una tentativa de violación grupal correctiva por su condición de lesbiana (p. 225).